Daniel Arizmendi “El mochaorejas” soy yo.
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SINEMBARGOMX
/ Humberto Padgett
Cuando en el
futuro se revise la abundante historia delictiva mexicana, uno de los capítulos
más gruesos será sobre el secuestro; el estado de Morelos aparecerá como
primera cita y uno de los personajes principales será Daniel Arizmendi, “El
Mochaorejas”, hombre de una crueldad que supera, a veces, la imaginación.
Arizmendi es un producto casi completamente morelense: ahí nació, allí fue
policía judicial y allí aprendió a robar autos; allí ocultó a su familia y los
centenarios de oro que arrancaba a las familias de sus secuestrados, luego de
mutilarlos. La parte de Arizmendi que no es morelense, es mexiquense: creció en
Neza, se inició allí como secuestrador y es la Policía Judicial local la que lo
protegió.
Gran parte
de esta historia está escrita en primera persona. El periodista tuvo que
recurrir a más de 60 fuentes para reconstruir un relato que tiene mucho de
cinismo y revela el alma oscura de uno de los personajes más nefastos de la
historia reciente de México.
Cuando lea
usted este relato, piense que en estos momentos cientos o miles de familias
están viviendo la misma tragedia, mientras que cientos o miles de
secuestradores caminan por las calles de México en total impunidad.
El secuestro
es el delito que más ha crecido en la actual administración federal…
Secuestro:
Todos los caminos llevan a Morelos,
I. Daniel
He sido un
hombre de oficios. El primero lo aprendí al lado de mi padre y fui tejedor de
chambritas y bufandas en su taller, un cuartucho miserable y perdido en el
llano de polvo y smog al que llaman Ciudad Nezahualcóyotl, el coyote
hambriento, el rey poeta. El último procedimiento de mi oficio definitivo lo
conocí en la memoria de la mano ensangrentada de un tío, herida por el vidrio de
una botella rota de cerveza: corrió al patio e incendió un pedazo de estopa,
despidió la flama de un soplido y la apretó contra el manantial rojo. Dejó de
escurrir sangre antes que terminara de gritar. Por eso, cuando yo llevé por
primera vez una tijera hecha para destazar pollos a la oreja de algún hombre,
con mi hermano Aurelio arrodillado en su pecho, hice fuego un pedazo de trapo y
lo puse junto a su cabeza. Ese fue mi bautismo. Ese día dejé de ser un Daniel
cualquiera, un Arizmendi como los demás. Ese día nació el Mochaorejas.
Yo nací en
Miacatlán, Morelos, el 22 de julio de 1958. Mis padres fueron María López y
Catarino Arizmendi. Migraron a la ciudad de México en 1967. Así llegamos mis
hermanos Juan Ubaldo, Aurelio, Diego y yo. La calle tenía por nombre un número,
Seis, en la colonia San Juan Pantitlán, en Iztapalapa. Me hicieron una prueba
para entrar a la escuela. Reprobé y, a los nueve años, repetí el segundo año de
primaria en la escuela Juan de la Luz Enríquez.1
Catarino fue
alcohólico, celoso hasta la enfermedad y golpeador de la madre de Daniel. El
maltrato físico no terminaba en María, sino que continuaba a los cuatro hijos,
Daniel el segundo de éstos. Y no sólo el hombre golpeaba al muchacho de orejas
enormes, la madre también lo hacía. El matrimonio terminó cuando Daniel tenía
alrededor de ocho años. Los muchachos se quedaron con ella, pero María también
huyó de ellos y regresaron con Catarino. Daniel decía que cuando su madre
muriera no lloraría ante su cadáver.2
Siempre fui
tranquilo. Jugué trompo, canicas y balero. También me gustaba estudiar y repetí
el quinto año de primaria. Luego fuimos a vivir a la calle de Mario 101, en
Ciudad Nezahualcóyotl. Entré a dos secundarias. Una estaba en Los Reyes La Paz,
la otra en Neza. No terminé en ninguna, ni siquiera el primer grado, y a los 16
años trabajé en el taller de mi padre. Tenía seis máquinas tejedoras de lana.
Hacía bufandas, gorras y chambritas para bebé. Ganaba 240 pesos, poquito más
que el salario mínimo de entonces. Trabajaba de las seis o siete de la mañana a
las dos o tres de la tarde. Después jugaba futbol con mis amigos. Trabajé en el
taller hasta los 20 años de edad. Me hice novio de María de Lourdes Arias. Ella
estudiaba en la Escuela Nacional Preparatoria de Zaragoza de la Universidad
Nacional Autónoma de México. Nos casamos, porque quedó embarazada de mi hijo
Daniel.
Se casaron
el 27 de agosto de 1977 y tuvieron dos hijos: Daniel y S. Tras la boda, fueron
a vivir a la casa del padre de Daniel.3
Su esposa lo
conoció de vista desde los 10 años de edad. María de Lourdes lo veía solitario
y tímido en la calle, sin amistades. Con las orejas enormes. Sintió lástima y
deseos de protegerlo. La vida conyugal se caracterizó desde el inicio por la
fragilidad emocional, nulas manifestaciones de afecto de parte de Daniel hacia
su esposa e hijos, ausentismo frecuente al hogar. Daniel era alcohólico e
irresponsable, incapaz de conseguir y mantener un empleo. Cuando bebía, se
tornaba sumamente violento. Como su padre, fue celoso hasta el delirio, y
golpeó a su mujer varias ocasiones por sospechas de infidelidad. Algo más le
pudría el hígado a Daniel. María de Lourdes había estudiado y tenía trabajo
estable como enfermera en el Seguro Social. El hombre se sentía diminuto al
lado de su mujer. Pero los celos eran más. Daniel se aparecía intempestivamente
en los hospitales con la dolorosa fantasía de sorprenderla mientras lo
engañaba. O, en la estrategia contraria, se ocultaba durante horas para verla
entrar o salir. Ya no quiso tragar más de esos fósforos que se le encendían en
el esófago y prohibió trabajar a su mujer. Ninguno de sus hijos recuerda una
muestra de afecto del padre. Prácticamente no hablaba con ellos. Cuando estaba
en casa se dedicaba a cuidar su automóvil, lavarlo y efectuarle reparaciones
menores. Sus hijos preguntaban a María de Lourdes si su padre los quería o no.
Arizmendi nunca impuso normas o límites a su hijos, no se interesaba por sus
actividades escolares ni por cualquier aspecto de su desarrollo. Al parecer la
indiferencia afectiva sólo se rompía para golpearlos cuando hacían algo que le
afectaba. Su hijo recuerda una ocasión en que lo golpeó brutalmente con un
cinturón después de que lo descubrió jugando con su pistola.4
A los 20
años me aburrí del taller de mi padre y conseguí trabajo en la fábrica de ligas
León. Ganaba 80 pesos semanales. Manejaba una máquina que no me dejaba
descansar. Inmediatamente después de salir del aparato, debía poner talco a las
ligas o se pegaban y todo quedaba estropeado. Y como ni podía ir al baño,
renuncié. Entré como empleado a la Secretaría de Marina. Contaba cartuchos de
diferentes calibres, cortaba hilos de las mochilas que ahí se fabricaban,
lavaba carros de los empleados y hasta la hice de barrendero. Tampoco me gustó
ese trabajo. Era demasiado rígido. Ganaba 90 pesos, poco más que el salario
mínimo de obrero de ese entonces. Pero mi esposa necesitaba el seguro médico
para dar a luz y aguanté dos o tres meses más. Después trabajé como chofer
particular de un contratista de obra. Trabajé con él de los 20 años a los 24.
Mi esposa ya trabajaba y ambos ahorramos.
Con ahorros
y tandas, la pareja reunió 800 pesos. Compraron una camioneta Combi usada que
convirtieron en transporte público en la ruta del metro Aeropuerto a Texcoco y
Chapingo. Daniel fue el chofer durante el año que tuvieron el vehículo. La
vendió, porque la pareja planeó comprar un terreno y fincar su casa. Sin
embargo, Arizmendi cambió de decisión y compró una motocicleta.5
El
transporte público no me aportaba mucho dinero. Sólo dejaba para la gasolina,
refacciones, medio comer y pues, la verdad, las cosas tampoco salieron bien,
porque yo era un poco flojo.
Entré a la
Policía Judicial de Morelos a los 26 años de edad por recomendación del suegro
de mi hermano Aurelio. Lauro Ortega era procurador de Justicia del estado.
Estuve sólo dos meses; salí por el cese de toda la policía. En los separos del
ministerio público conocí a un detenido, el Móvil, un gordito de piel blanca.
Me explicó cómo robaba autos Volkswagen utilizando desarmador y pinzas de
presión. Cuando salí de la Policía Judicial, me puse a practicar por mi cuenta.
Aprendí bien a abrir y prender los carros. Los robaba en centros comerciales,
como Plaza Aragón. Luego les quitaba el motor para venderlos. Me robé entre 100
y 150 vochos, Combis y Caribes. Me ayudaba mi hermano Aurelio, que era agente
de investigación de robo de autos de la Policía Judicial de Morelos.
Tenía otro
hermano, Juan Farfán Echevarría. No era mi hermano, pero así le decía, porque
llegó con nosotros desde niño, después de la muerte de sus padres, mis
padrinos. Juan me presentó gente de Tuxtepec, Oaxaca, como Ángel Armas Ruiz y
Juan Almazán. Esto fue en 1984. Me pedían Caribes, Volkswagen sedán, Combis. Se
los llevaba hasta Oaxaca en 200 pesos cada vehículo.6
Juan Farfán
Echeverría fue a Tuxtepec a trabajar en una empresa constructora. Un chofer del
dueño de esa empresa preguntó a los hermanos Arizmendi si podían conseguir un
auto “chocolate”, un coche americano sin legalizar. Aurelio contestó que sí y
preguntó para qué lo quería. El hombre dijo que para remarcarlos y le explicó
la idea de cambiar los números de serie de un auto. Aurelio había pertenecido a
una pandilla de Neza llamada Los Carniceros. Luego se había empleado en una
pequeña fábrica de cocinas de acero inoxidable. Tuvo la idea de remarcar las
series golpeando la lámina por la parte de atrás para levantar los números,
luego lijarlos y finalmente pintarlos. Así lo hicieron en adelante. Robaban
personalmente los autos en centros comerciales del Valle de México, como Plaza
Aragón y Plaza Satélite. Vendían algunos en tianguis del oriente de la ciudad
de México y otros en Oaxaca. En seis meses, los hermanos reunieron una banda de
15 personas. Cada quien tenía una actividad específica: unos robaban, otros
remarcaban y los demás revendían. Daniel y Aurelio administraban y dirigían.
Según Aurelio procesaban 20 vehículos al mes. Las ganancias eran de 90 mil
pesos a la semana, ya libres del pago a los demás integrantes de la
organización y del pago de las placas de circulación que se le ponían a los
carros. Al principio, Aurelio Arizmendi conseguía las láminas y, a partir de
1993, las compraron a Daniel Vanegas Martínez, a quien Daniel conoció a través
de Joaquín Parra Zúñiga.7
II. Viaje al
origen de una banda
Fui detenido
por la Policía Judicial del Estado de México durante la segunda o tercera
posada de diciembre de 1990. También agarraron a mi hermano Aurelio, Ángel
Armas Ruiz, Joaquín Parra Zúñiga y el Bigotes. Nos encerraron en la cárcel de
Barrientos, Tlalnepantla. El proceso duró cinco meses. Hablamos con un
licenciado de nombre Juan Manuel, agente del ministerio público adscrito al
Juzgado Quinto en Materia Penal de Barrientos. Mi familia empeñó una casa y
consiguió dinero prestado para pagarle 70 millones de pesos de entonces.
Por
propuesta de Daniel, el grupo acordó que Aurelio se declarara culpable confeso.
Los demás salieron en tres meses por falta de pruebas. Aurelio estuvo encerrado
dos años y, recordaría en su declaración, que el soborno ascendió a 95 millones
de pesos de entonces y a la entrega de la casa en donde remarcaban los autos.
Fue excarcelado por buen comportamiento el 28 de agosto de 1992.
Arizmendi
sufría, desde entonces, dos fobias: el encierro y la pobreza. Salía de la casa
habitualmente y cuando estaba en ella por algún tiempo se inquietaba y se ponía
irritable. Siempre ha sido sumamente hábil y audaz para mentir. Da carácter de
realidad irrefutable a sus mentiras. En una ocasión, mientras estaba preso en
Barrientos, su esposa llegó a visitarlo. Le impidieron la entrada con el
argumento de que Daniel estaba con una de sus amantes, una menor de edad a
quien embarazó. María de Lourdes se sobrepuso a su miedo y lo confrontó. Daniel
puso cara de agravio y negó la traición amorosa. Cuando salió de la cárcel,
Arizmendi llevó a su mujer a la casa de su amante para decirle, frente a ésta,
que nada tenían en común. El matrimonio debió huir ante la inminencia de que la
familia de la muchacha –ojos aguados y evidente barriga de maternidad– los
golpearía.
Daniel adora
la alta velocidad. Le producía sensación de libertad y poder. Arregló algunos
automóviles, incluido un Shadow rojo convertible, para que fueran más veloces.
Siempre quiso tener motocicletas, lo que su esposa trató de impedir por todos
sus medios, consciente de que a una de sus rivales, Dulce Paz Vanegas, le
gustaba ir en moto apergollada de su marido. Daniel, afirmaron los psiquiatras
de la policía, se vincula sentimentalmente con los objetos, a diferencia de las
personas, con quienes los vínculos son utilitarios, “de negocios”. “Nunca ha
mostrado amor hacia persona alguna, excepto hacia él mismo y sus armas de
fuego, alguna casa que él mismo diseñó y su Shadow rojo.” Desde su juventud fue
poco comunicativo, desconfiado, con franca tendencia a aislarse. En las
reuniones no se relacionaba con las demás personas hasta no comprobar en forma
rotunda que no representaban ningún peligro para él. Tiene marcada
impulsividad, poca tolerancia a la frustración y de demora, además de notable
incapacidad para disfrutar el contacto humano. Se infieren sentimientos
crónicos de injusticia. Considera ser víctima de circunstancias que no puede
modificar. Teme en forma importante al rechazo y la desaprobación. Habitualmente
se siente inseguro, por lo que oculta en forma sistemática sus sentimientos
auténticos, mismos que él es incapaz de identificar, comprender y aceptar.8
Después de
salir de la prisión de Barrientos, me dediqué de nuevo a robar. Mi hermano
también lo hizo cuando lo liberaron. Lo hacía apoyado en la policía. A Juan
Fonseca Díaz, funcionario de la PGR, lo conocí por medio de un muchacho que me
ayudaba con el robo de autos, Rafael, quien a su vez lo conoció cuando estuvo
en la cárcel de Córdoba, Veracruz. Fonseca sabía que nos dedicábamos al robo de
vehículos y hasta le vendí carros Chrysler Spirit que vendió a un contacto que
tenía en la Cámara de Diputados. Yo mismo obtuve una credencial de la Cámara de
Diputados. Me la dio un cuñado de Fonseca, amigo de un Diputado de nombre
Demetrio. Por Fonseca conocí a Arturo Moncada Espejel, también agente del
ministerio público federal. Moncada y Fonseca se encargaron de la defensa de
Joaquín Parra Zúñiga. Cuando conocí a Fonseca era subdirector en la PGR y Moncada
había sido agente del ministerio público en Sinaloa, a donde se fue por
recomendación de Fonseca. También pagué 40 mil pesos a Fonseca Díaz para que
dejaran salir a los hermanos de Joaquín Parra Zúñiga de la agencia 44 del
ministerio público del Distrito Federal, en Cabeza de Juárez.9
Los hermanos
Vanegas Martínez llegaron a Neza en 1987. Uno de ellos, Noé Guillermo Vanegas
Martínez, se involucró en un homicidio que lo llevó preso a Santa Martha. Dulce
Paz, su hermana menor, buscó ayuda y así conoció a Joaquín Parra Zúñiga. Éste
le presentó a Daniel Arizmendi, quien la invitó a cenar al restaurante
Hipocampo de Cuernavaca. Él dijo que tenía la posibilidad de ayudar a su
hermano a salir de la cárcel, porque conocía gente dentro y fuera de los
reclusorios y porque, a final de cuentas, él era un hombre rico que podría
pagar para sacarlo de la cárcel. A cambio de esa ayuda, condicionó él, serían
amantes. “Yo acepté y desde ese tiempo comenzó la relación. Después, Daniel
Arizmendi me preguntó que si ya no quería trabajar en la zapatería donde estaba
y accedí, porque él ya me sostenía económicamente. Me daba 500 pesos
semanales.”10
Arizmendi no
sólo se relacionó con Dulce Paz, sino con los hermanos de la joven, Daniel y
Josué Juan. La amistad también fue mediada por Joaquín Parra. Daniel Vanegas
Martínez, a decir de él mismo, coyoteaba o tramitaba permisos en los módulos de
control vehicular de las delegaciones Cuauhtémoc y Benito Juárez. Daniel
Vanegas vendía permisos provisionales en 300 pesos, engomados, altas y bajas
vehiculares, tarjetas de circulación y juegos de placas en dos mil pesos a los
vehículos robados y doblados que Joaquín le llevara.11
* * *
Nos
dedicamos al secuestro porque una sobrina de mi esposa comentó que habían
plagiado a una persona en Cuernavaca, Morelos. Exigieron un millón de pesos. La
familia quiso pagar, pero la policía los asesoró para negociar con los
secuestradores. Me di cuenta de que era muy fácil. Comencé a secuestrar con la
misma banda de robo y remarcado de vehículos: mi hermano Aurelio, Joaquín Parra
Zúñiga y un hermano de éste, Raciel el Rachi. Luego incluí a los Paz Vanegas.
La esposa de
Arizmendi sospechó algo. Había más dinero y gente de lo normal. Pidió
explicaciones a su marido por el bien de sus hijos. Arizmendi se franqueó.
–El robo de
autos ya no funciona. Han detenido a varios y he pagado mucho dinero para
sacarlos –dijo él.
Daniel tenía
otro abogado, Ángel Vivanco, ex comandante de la Policía Judicial del Estado de
México. Estaba encargado de embadurnar dinero de Arizmendi en las manos de policías
judiciales y agentes del ministerio público en el Estado de México, la base de
operaciones de la banda. Vivanco tenía un medio hermano activo en la Judicial
mexiquense. Ángel y Daniel eran buenos amigos. Se decían entre sí compadres.
“Un señor de
nombre Gustavo, cuñado de Juan Fonseca, conseguía credenciales de la Cámara de
Diputados de color dorado para que las utilizaran en los vehículos que se
usaban en los secuestros –declaró la esposa de Arizmendi–. Los tres abogados se
veían con mi esposo en la casa de la colonia Felipe Ángeles.”
Al
principio, Joaquín Parra Zúñiga mandaba más que Aurelio y que el propio Daniel.
Una vez, Joaquín llegó con una petaquita llena de dinero. María de Lourdes
escuchó que le dio instrucciones a su marido de comprar celulares para
negociar. Fue cuando la mujer pidió explicaciones.
–Voy a
dedicarme a otro negocio, ya te lo dije, porque lo de los carros ya no me deja;
ya tengo a una persona y voy a pedir dinero por esa persona –siguió Daniel.
–Reflexiona.
Ya no hagas algo más comprometido que nos ponga en peligro a mí y a mis hijos.
Vende algunas casas y pon un negocio.
–Yo no sé
hacer nada bien. Lo único que sé hacer es portarme mal.12
Mi primer
secuestro fue a un hombre joven llamado Martín Gómez Robledo, el 11 de junio de
1995. Salía solo de su negocio, una gasolinera. Erick Juárez le cerró el paso
con su auto. También usamos una van café con franjas de color cremita que
manejaba Joaquín Parra Zúñiga, en la cual también iban Raciel el Rachi y
Antonio Zúñiga. El secuestro fue sugerido por Juan Salgado Rogel. Yo determiné
el día y la hora en acuerdo con mi hermano Aurelio. Nos lo llevamos por la
Autopista México-Puebla, al taller clandestino que utilizábamos para la pintura
y remarcación de los automóviles robados. Lo desvestimos, le vendamos los ojos
y lo amarramos de pies y manos. Permaneció en el interior del baño. Exigí un
millón de pesos y se negoció un pago de 350 mil pesos. La familia pagó en la
misma gasolinera del secuestrado. Me pagaron con billetes usados de hasta 20
pesos, dentro de una caja de jabón Fab. No recuerdo dónde lo dejé en libertad,
sólo que se quedó sentado en una banqueta. Desde el principio no me gustó
insultar a las personas con quienes negociaba. Ya era suficiente con tener a
sus familiares secuestrados.13
El caso
Arizmendi es una muestra clara de cómo la familia es, después de la prisión y
la policía, el ambiente más propicio para la integración de una red criminal
dedicada al secuestro. Daniel comenzó robando autos con su hermano y después
organizó una banda de secuestradores, no sólo con su familiares directos,
incluidos su esposa, hijo y suegra, sino con la familia política de su hermano
y con su amante y la familia extendida de ésta. Dulce Paz estudió parte de la
preparatoria, aprendía corte y confección y computación; ayudaba a sus hermanos
a hacer trámites de gestión de los autos. Según su propio testimonio, hacía
vigilancia antes del secuestro y acompañaba a Daniel durante los levantones.
“Una vez que salió en las noticias y el periódico, Daniel dijo con orgullo que
era respetado por todos, que era el más grande secuestrador de todos los
tiempos”. Daniel le dio 50 mil pesos en efectivo. “Me dijo que ya no iba a
trabajar, porque me iba a tener como su mujer. Me compró una casa en la colonia
Campestre Churubusco, en Coyoacán. Me fui a vivir ahí con mi madre y mi hermano
Daniel Vanegas Martínez y su esposa Jacqueline Cruz Ríos y sus hermanos. En esa
casa, mi hermano Daniel y yo teníamos una caja fuerte en la que guardábamos el
dinero de los secuestros.”14
Dulce Paz no
fue la única. En 1990, Araceli Morán Ramírez conoció a Epigmenio Zúñiga, quien
se convertiría en su cuñado y éste, a mediados de 1994, le presentó a Joaquín
Parra. Araceli le pidió trabajo y fue colocada en un departamento en Cuautla,
Morelos. Atendía llamadas telefónicas de personas que compraban un auto a la
banda en la ciudad de México ignorando que se trataba de vehículos robados.
Hablaban a la falsa agencia para cotejar los datos de los vehículos. Araceli
corroboraba la información como correcta y subrayaba que el vehículo en venta
tenía un origen legal. Hábil, Araceli detectó algunas facturas falsificadas con
errores en el número de serie o motor. Hizo ver a sus jefes las inconsistencias
y a partir de entonces, Daniel le tomó confianza y le pidió revisar los
detalles de los documentos más cerca de él. La invitó a comer, a bailar e
iniciar una relación. Epigmenio Zúñiga la invitó a trabajar además en un
negocio de falsificación de dinero como vendedora de billetes falsos. La mujer,
quien dio todos los detalles ante el ministerio público dentro de un programa
de protección a testigos, también dijo que el negocio del secuestro y el robo
de autos se habían mezclado con el de la cocaína, pero no dio más detalles. En
alguna ocasión acompañó a Arizmendi a Morelos, donde se entrevistó con un
hombre apellidado Caletti, a quien Daniel entregó dinero y recibió a cambio
documentos con los cuales podría sacar a la gente que tuviera problemas.
Arizmendi alardeaba que en Morelos no tenía dificultades para delinquir. El 28
de julio de 1997, Daniel y Araceli fueron detenidos cerca del aeropuerto por
una patrulla. Al revisar el vehículo, los policías identificaron el auto como
robado. Los detuvieron y les vendaron los ojos. Arizmendi la había prevenido de
que en una situación como ésa, ella debería decir que se dedicaban al comercio
de zapatos. Los policías la golpearon en el estómago hasta que les dijo que
estaba embarazada. La esposa de Arizmendi pagó la liberación de los dos.15
Araceli
Morán hacía referencia a Roberto Caletti Treviño, entonces Juez Primero de
Distrito del XVIII Circuito, con sede en Cuernavaca. El 8 de marzo de 1997 fue
acusado por Jorge Carrillo Olea, en ese momento Gobernador con licencia de
Morelos, de otorgar amparos irregulares a los secuestradores Marcos Armas, el
sargento Sergio Camacho y Juan Valle Adán. Pero Caletti fue absuelto y nunca se
logró relacionarlo en la protección del boyante negocio del secuestro en su
estado.16
III. El
Mochaorejas y el Superpolicía
Mi cuarto
secuestro fue el 7 de diciembre de 1995, a Leobardo Pineda, dueño de bodegas en
Ixtapaluca, Estado de México. Las rentaba a la refresquera Garci Crespo. Exigí
cinco millones de pesos y se negoció el pago de un millón 200 mil pesos. Lo ocultamos
en la casa de Valle de Chalco. Después de dos meses, su familia no me pagaba.
Ordené a Antonio y a Erick Juárez que le vendaran los ojos. Lo colocaron
bocarriba. Uno se sentó sobre el pecho y el otro sobre las rodillas. Le
sujetaron la cabeza. Tomé unas tijeras con un mango de 30 centímetros de largo.
Eran para destazar pollo. Yo le corté una oreja. No recuerdo cuál fue. Antes
preparé cenizas de trapo quemado para cauterizar la herida. Aprendí la técnica
a los 20 años de edad, cuando mi tío Virgilio se cortó una mano con una botella
rota de cerveza. Se puso cenizas de trapo quemado y dejó de sangrar. Hablé por
teléfono con la esposa del secuestrado y le dije que cerca de su casa había una
gasolinera. Que buscara en la jardinera una bolsa de plástico con un recado de
su esposo: la oreja.
–¿Recibiste
el mensaje? –pregunté a la esposa.
–Sí, usted
no tenía por qué…
–Quiero mi
dinero en el deportivo de Eduardo Molina –dije a la mujer y mandé a una persona
a recogerlo.
Pero lo
detuvieron y le quitaron el dinero.
–No recibí
el dinero –dije a la mujer de Leobardo.
–Ya se lo
mandé –me respondió.
–Como no
recibí nada, voy a matar a su esposo. Le marco mañana para que tenga tiempo de
pensarlo.
–¡Regréseme
a mi esposo! ¡Yo ya le cumplí!
–Lo voy a
matar –y colgué.
Al llegar a
la casa de Valle de Chalco, le hablé a Juan Salgado para que fuera. Leobardo
estaba en el baño, amarrado y vendado de pies, manos y ojos. Cuando llegó Juan,
le presté una pistola Browning nueve milímetros. Escuché la detonación. Dejamos
el cuerpo en el baño para que se desangrara y lo envolvimos en una cobija. Lo
subimos en una camioneta pick up con camper roja y lo tiramos en un camino de
Chalco. Busqué a su esposa.
–¿En verdad
me pagaste?
–Sí, en
verdad. Le juro que sí.
–Entonces ve
por tu esposo. Te lo dejé libre –y le dije por dónde–. Ve rápido, porque está
desnudo.17
Yo supe del
secuestro y asesinato de Leobardo Pineda –habla María de Lourdes, esposa de
Arizmendi–, porque el ex comandante Ángel Vivanco llevó a mi casa copias del
expediente iniciado contra Jesús Luna Sesma, Joaquín Parra Zúñiga, Raciel Parra
Arroyo y Daniel Arizmendi. Gracias a Vivanco mi esposo se enteraba de cómo,
quién y por qué lo andaban buscando.
* * *
Los tiempos
de manejar por las calles agujeradas del oriente del Estado de México y de
poner talco a las ligas sin descanso habían terminado. Arizmendi compró una
discoteca en Ciudad Neza con la idea de limpiar el dinero de los secuestros y
hacer vida social. Hizo una gran fiesta de inauguración y nombró gerente de
Disco Skates a su hermano Aurelio. Empleó a varios miembros de la banda de
ladrones de autos y secuestradores, incluidos los de Tuxtepec, Oaxaca. Uno de
ellos, César La Cucona, era disc jockey y vendedor de cocaína.18 Daniel
Arizmendi bebía hasta la mañana, casi siempre solo, escuchaba música ranchera y
lamía sus fantasías de éxito, poder y pus. Era un Caracortada a la mexicana.
Tenía una cicatriz en la ceja derecha en la que se hizo cirugía plástica en una
clínica de avenida Ermita y Periférico.19 Volaba en su Shadow rojo convertible
en el que desaparecía con el acelerador a fondo. Y soñaba con volar. Compró un
planeador de aluminio y alas de tela en 140 mil pesos que arrumbó en un hangar
de San José Vista Hermosa Tequesquitengo, en Morelos. Y volaba. Por ese tiempo
desarrolló su adicción a la cocaína.20
Si bien la
banda se organizaba en funciones y había cargos casi confinados, el grupo de
Arizmendi tenía la peculiaridad de que su jefe era un hombre orquesta.
Participaba en el levantón, cuidaba a las víctimas, negociaba, mutilaba
personalmente, liberaba a las personas, repartía el dinero, disponía los
métodos para lavarlo, conseguía armas, vehículos y casas de seguridad y hasta
repartía la cocaína de consumo entre los suyos.
Juan Fonseca
Díaz también proporcionaba credenciales metálicas de agentes del ministerio
público de la Federación y de la Cámara de Diputados y auxiliaba a los
integrantes de la banda detenidos por diversas instituciones en diferentes
estados. Moncada era el brazo derecho de Fonseca. Había otro sujeto apodado el
Duque, un policía judicial del estado de Morelos. Daba protección a la
organización cuando secuestraban en ese estado y tenía un sueldo de 30 mil a 40
mil pesos. En septiembre de 1997, Arizmendi le regaló al Duque un Ford Cougar
negro del año. Arizmendi también era apoyado y orientado por diversos policías
judiciales de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. Uno era
de baja estatura y obeso; conducía un Shadow blanco oficial y de su cuello
colgaba un águila de oro con brillantes. Otro más, también funcionario del
Distrito Federal, según Daniel Vanegas, siempre vestía de traje y utilizaba
lentes cuadrados. Ambos informaban a Daniel Arizmendi de la dirección tomada
por la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal para detenerlo.21
Yo le
compraba las armas a un hombre de apellido Torrijos, empleado de seguridad de
Ferrocarriles Nacionales de México. Me vendió cuernos de chivo y pistolas nueve
milímetros de las marcas Browning y Pietro Beretta en ocho mil pesos cada una.
En ocasiones las adquirí con David Sánchez Mariles, amigo de Daniel Vanegas.
Mi séptimo
secuestro fue a mediados de 1996, a Karlio Alonso Hernández, hijo de un dueño
de gasolineras. Lo llevaron a la segunda casa de seguridad que tuvimos en Valle
de Chalco. Lo metimos en un cuartito totalmente cerrado que sólo tenía una
puertita de metal por la que le pasábamos la comida. Ahí permaneció seis o
siete días. Lo cuidaban Jesús Luna Sesma, Joaquín Medina Torres, el Toño y un
cuñado de mi hermano, Antonio Muñoz Guadalupe. Al final de la primera semana,
me dijeron que la Policía Judicial de Combate a la Delincuencia del Estado de
México vigilaba la casa. Quienes lo cuidaban salieron de la casa y abandonaron
al secuestrado. Yo, personalmente, con Víctor Alcalá y Toño fuimos por él y lo
llevamos a la discoteca Skates. El lugar tenía un mes sin funcionar, porque no
salía ni para los gastos. Instalé a Karlio en la parte alta de la discoteca y
le corté una oreja con la tijera pollera. Envié el pedazo a su hermano en un
frasco de Gerber. A los dos días de tener ahí al secuestrado, llegó la policía.
Liberaron a Karlio y detuvieron a tres personas. Antes de que entrara la
policía al lugar, uno de mis empleados me llamó por teléfono para decirme que
la discoteca estaba rodeada. Pedí a Jesús Luna Sesma que me pusiera al teléfono
con algún policía.
–¿Qué
transa? Porque tú eres el que tiene la bronca –me dijo una persona.
–¿Podemos
hacer algún negocio? Comunícame con quien está al mando del operativo –le pedí
y me pasó con otra persona.
–¿Cómo nos
podemos arreglar? –pregunté.
–¿Dónde nos
vemos? –respondió y me reí.
–No me
engañas. No es la primera vez que hago negocios con la policía.
–Es de
cabrones para hacer el negocio –dijo él y colgamos.
Entonces le
pedí a Vivanco que arreglara el asunto.22
Cuando el ex
policía Vivanco llegó al negocio, había ocho policías judiciales del Estado de
México. Reconoció a Benito Ríos Colín, miembro del Grupo de Secuestros desde
1995 y éste le comentó que el asunto era delicado, pues Karlio estaba en el
sitio y haría señalamientos directos. Arizmendi instruyó a Vivanco ir a las
oficinas de Neza Palacio para detener el problema y ofrecer a los policías 20
mil o 30 mil pesos por la liberación de los detenidos. También para que se
asegurara de que él ni su esposa aparecieran en el expediente. Vivanco retomó
la negociación directa con Benito. El policía dijo que con relación a Daniel ya
nada se podía hacer, porque lo señalaban las personas detenidas y que para
negociar lo tenía que comentar con su jefe, el subdirector Alberto Pliego
Fuentes. Vivanco esperó afuera de las oficinas de Pliego. Al salir, Benito dijo
que por no involucrar a María de Lourdes debían pagar 150 mil pesos. Daniel
aceptó. Vivanco se quedó con 10 mil pesos y Benito con otros 10 mil. El resto,
130 mil pesos, los habría entregado a Pliego Fuentes el Superpolicía.23
Vivanco
recogió el dinero en casa de mi suegra, Verónica Saldaña. Por los detenidos ya
no se pudo hacer nada. Pero después de la entrega del dinero, las patrullas que
vigilaban mi casa se retiraron del lugar y ya no fuimos molestados ni yo ni mi
esposa.24
La familia
de Karlio Alonso Hernández no sólo dio seguimiento del asunto en el Estado de
México. También dio parte a la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal.
La policía capitalina dio con un vendedor de autos usados del Bordo de Xochiaca
de nombre Martín Fuentes Márquez el Gato, quien les dijo que en un viaje a
Michoacán se encontró con Daniel Arizmendi y al resto de la banda en un hotel y
que seguirían el viaje a Veracruz. Martín Fuentes regresó de inmediato al
Estado de México y buscó a Pliego Fuentes. Le dio la ubicación de Daniel
Arizmendi en Veracruz. Pliego y otros policías judiciales fueron a ese estado y
encontraron al secuestrador con otros dos sujetos. Negociaron su libertad
inmediata por una camioneta Dodge Ram Charger color verde, un Spirit vino y 250
mil pesos. Alberto Pliego vendió personalmente la camioneta que perteneciera al
Mochaorejas.25
El secuestro
y mutilación de Karlio tendría más consecuencias. La Procuraduría del DF obtuvo
algunos números telefónicos y pidió apoyo técnico a la PGR para rastrearlos. De
esta manera el gobierno federal se enteró de la existencia de Daniel
Arizmendi.26
* * *
Mi
decimoprimer secuestro fue en 1996, a Alejandra Hostrasher, muchacha de origen
español e hija de los propietarios de la compañía Anís del Mico. Seguimos a
Alejandra durante 20 días. En el primer intento se nos fugó. Intentamos de
nuevo dos meses después y la levantamos por avenida de los Cien Metros. La
llevamos a la casa de San Juan de Aragón. La encadenó mi hermano Aurelio. La
dejamos en ropa interior y le dimos una sábana. Exigí 10 millones de pesos a su
padre y pusieron negociador. Llegado el plazo, le ordené al negociador ir con
el dueño de Transportes Grijalva (octavo secuestro) para que le preguntara
quién soy y cómo actúo. Después acordamos el pago de cuatro millones de pesos.
Pedí billetes de alta denominación envueltos en fundas para almohadas. El
dinero se entregaría en la salida hacia Puebla, cerca de un puente peatonal y a
la orilla de un cerro, desde donde yo checaba la llegada de los negociantes.
Llegaron en una camioneta Grand Cherokee.27
Como Daniel
indicó –habla Aurelio Arizmendi–, la persona que entregaría el dinero se quitó
la camisa para que viéramos que no estaba armado. Llevaba consigo dos fundas de
almohada, amarradas con un cordón de cortina con un nudo en cada lado y unidas
como alforjas. Cruzó el puente peatonal en el que nos quedamos de ver y dejó
las fundas al pie de la escalera del lado contrario de la carretera por el que
subió. Daniel y Jesús Luna Sesma bajaron de la camioneta. Daniel subió a la
batea y Jesús caminó hacia el dinero, tomó las alforjas y se las echó al
hombro. Yo puse en marcha la camioneta a baja velocidad para recogerlo. En ese
momento, de la Grand Cherokee bajaron dos hombres, vestidos de paisano,
subieron por el puente y dispararon. Daniel contestó el fuego. Jesús corrió
para subirse a la batea, pero cayó. Bajé la velocidad. Volvió a caer. Logró
subirse al tercer intento, pero perdió el dinero. Daniel estaba furioso.
–¡La voy a
matar, me cae de a madres que la voy a matar nomás llegando! –gritaba mi
hermano Daniel.
–Mejor
córtale una oreja, a lo mejor todavía nos pagan –le propuse.
Llegamos a
la casa de seguridad. Daniel le pidió a Pepe que vendara a la Güera –como le
decían a Alejandra–. Sólo dejó descubiertas las orejas. Daniel le ordenó a Pepe
que subiera al pecho de la mujer y a mí a sus piernas. Tomó las tijeras de
acero inoxidable y mango negro. Le cortó las dos orejas. La muchacha no dijo
nada.28
Hablé por
teléfono al papá.
–¡Qué poca
madre tienes! Por cuatro millones de pesos arriesgaste la vida de tu hija. Ve
el encargo que te dejé arriba de la caseta de la avenida de los Cien Metros. Si
no me das ocho millones de pesos, le cortaré la cabeza y ya no quiero hacer
ningún trato contigo. Pásame a la mamá de Alejandra –exigí.
La mujer me
suplicó que no la matara, que ella me pagaría el dinero. Al día siguiente
cumplió su palabra. Yo también y dejé ir a su hija.29
El cirujano
ya la esperaba en el hospital con los segmentos amputados. Alejandra llegó a
las 9:40 de la noche. Sucia, delgada, pálida, con dos muñones con sangrado
escaso y abundantes costras en los dos lados de la cara. Tenía una venda
alrededor de la cabeza y las manos y la ropa sucia de su sangre seca. No comió
más que algunas frutas y agua durante su cautiverio. “Daniel se regocijó cuando
me amputó”, dijo Alejandra al cirujano plástico antes de entrar al quirófano.
La anestesiaron por completo. El médico intentó reimplantar los pedazos con
microcirugía. A las 2:30 de la mañana del 14 de noviembre, el especialista se
rindió ante el mal estado de los muñones y el deterioro de las venas y arterias
de la cara de la muchacha. Las orejas habían permanecido sin contacto con el
cuerpo durante 54 horas tras la amputación violenta. Realizó un implante con
injertos del cuello y hombro de Alejandra en el intento de moldear dos bultos
lo más parecidos posible a pabellones.30
* * *
¿Cómo era
estar bajo las tijeras de Daniel Arizmendi?
Habla Luis
Manuel Gazcón Reyes, secuestrado el 1 de abril de 1997 y dueño de Agrupación
Abarrotera para la Comercialización:
Después de
que me amagaron con armas de alto poder y me subieron al carro, ya vendado de
los ojos con cinta canela, escuché a los hombres hablando por radio. Uno de
ellos se dirigió a mí.
–¡Vas a ver,
hijo de tu pinche madre, te vas a arrepentir de la niña que violaste en tu
coche! Ahorita que lleguemos a la Procu, te voy a dar unos tehuacanazos y a ver
si no te acuerdas –me dijeron en el auto.
–¡No, te
equivocaste, no sé de qué me hablas! –quise explicarle.
En la casa,
me ordenan desvestirme. Me rodearon el cuello con una cadena y la cerraron con
candado. Salieron del cuarto y me dijeron que podía quitarme la venda de los
ojos. Estaba en un baño. La cadena iba de mi cuello hacia la habitación de al
lado. El lugar tenía metro y medio de largo por uno de ancho. La pared era de
color mamey y el piso era de cemento pintado de rojo. El excusado era verde,
sin asiento ni tapa. Había un lavamanos también verde y jabón en polvo marca
Foca. La regadera terminaba en forma de pentágono. La puerta era vieja, de
madera pintada de blanco. Todo era muy corriente. En una pared había un cuadrado
donde al parecer había una ventana, entonces sellada con cemento sin pintar.
Había un foco que mantuve prendido todo el tiempo. El apagador era antiguo y
había un espejo pegado a la pared con silicón, por el que siempre tuve la
impresión de que me vigilaban. Me preguntaron sobre las propiedades de mis
familiares, cuánto dinero tenían y dónde. Contesté. Me vendaron de nuevo y
escuché a Daniel Arizmendi decir por teléfono a alguien:“Tú nomás espérate, pa’
que veas de lo que se trata”. Me puso el teléfono en el oído y me ordenó
hablar. Escuché la voz de mi tío Abelardo pedir que me tranquilizara. Colgaron.
Ordenaron que me volteara. Me pusieron la bufanda en la cabeza tapándome los
ojos y quedé de cara a la pared. Entró una persona que extendió un plástico en
el piso y se me acercó. Pasó mis manos a mi espalda y las amarró con cinta
canela. Luego los tobillos y con la misma cinta me tapó la cabeza a la altura
de los ojos. Me pusieron estopa en la boca y la cubrieron con cinta canela. Yo
temblaba y sollozaba.
–¡Ya
cállate, no seas puto! Dale gracias a Dios que todavía no te hemos matado –me
dijo el tipo.
Me jaló y
golpeó las rodillas para que las doblara. Caí arrodillado. Entró otra persona.
Se agachó cerca de mí y me tomó de la oreja izquierda.
–Te dije que
no me mintieras y me mentiste, cabrón.
Traté de
explicar que no le mentí. Pero tenía la boca tapada. Sólo balbuceaba. Sentí
unas tijeras cortando mi oreja izquierda de un solo tajo, en forma vertical. El
dolor sólo era superado por el terror. Traté de gritar, de moverme. Me
golpearon en la cara y el estómago.
–¡Cállate,
hijo de tu pinche madre! El otro día estuvo aquí una mujer y no hizo tanto
escándalo como tú. Tu tío me ofrece 100 mil pesos y yo no quiero miles, quiero
millones, porque yo tengo a mi esposa y mi hijo que mantener y no me voy a
arriesgar por 100 mil pesos.
Me sentaron
y pusieron algo caliente sobre la parte de la oreja cortada. Salieron y
gritaron que me quitara la venda. Estaba brutalmente aterrorizado, adolorido.
Poco a poco me quité la cinta de los ojos y la boca. Observé mi hombro
izquierdo y todo mi cuerpo del mismo lado tenía sangre. Comenzaba a secarse,
aunque la herida aún goteaba. Me paré. Dejaron una caja de penicilina. Toqué la
oreja y la sentí dura. Caminé al espejo, por el que creo que me vigilaban. La
vi. Estaba negra.31
* * *
En mayo de
1997 secuestré al joven Raúl Nava Ricaño. Su padre es exportador de plátanos.
Tiene terrenos, vehículos, ranchos plataneros, tráileres y bodegas en la
Central de Abasto. Lo llevamos a la casa de San Juan de Aragón. Lo subieron al
baño de la planta alta y yo mismo lo encadené. Ese mismo día hablé con su
padre.
–Quiero tres
millones de dólares –dije.
–No tengo
dinero, tengo las propiedades hipotecadas.
–Piénsalo
bien. Te hablo mañana.32
El 6 de mayo
de 1997, mi hijo tenía prisa –recordaría el padre de Raúl–. Mi hijo daba clases
en la universidad y debía llegar temprano. A las cuatro de la tarde yo estaba
en un restaurante cuando timbró mi teléfono celular. Un hombre me ordenó con
voz firme y prepotente salir a la calle, porque tenía un recado que darme.
Respondí que se equivocaba. Me dijo que no y que saliera. Entonces oí la voz de
mi hijo: “Me tienen amordazado, vendado de los ojos. Estoy secuestrado. Sálvame”.
Se cortó la llamada. Regresé a la mesa y platiqué lo anterior a mis amigos.
Estaba con Emilio Fernández. Marcó por su teléfono celular al Procurador
General de Justicia del Distrito Federal y, después de hablar con él, me
comunicó con el general Luis Alberto Gutiérrez Flores, director de la Policía
Judicial del Distrito Federal. Me dijo que se abocaría al asunto y que me
enviaría al capitán Domingo Tassinari. A las seis de la tarde me habló
nuevamente el secuestrador y me pidió que no avisara a la policía, que más
tarde volvería a hablar para decirme el monto del rescate, que estuviera
preparado. Llegó el capitán Tassinari y le pasé el teléfono. Me dijo que ya
conocía al secuestrador, que era Daniel Arizmendi López y que también estaba
involucrado su hermano Aurelio. Que eran tipos de mucho cuidado y que cortaban
orejas. Esa misma noche fui citado por el general Gutiérrez. Estando con él,
recibí la llamada de Arizmendi. Se habían colocado aparatos para grabar la
conversación.
–El
secuestro de tu hijo vale tres millones de dólares. Tómate el tiempo necesario,
pero debes cumplir –me dijo mientras los policías me hacían señas de decir que
sí.
–De acuerdo.
–¿Cuánto
tiempo necesitas para reunir el dinero? –preguntó y el capitán Tassinari, con
señas, me pidió decir que 15 días.
–Necesito 30
días.
–Hablamos de
hombres y si no cumples le corto las orejas a tu hijo. Ya sé que estás hablando
con la policía, pero me vale madres. No lo hago por necesidad, lo hago porque
puedo y es un reto –y colgó.
El capitán
me pidió ir en calma, sin preocupación. En 15 días, prometió, detendría al
secuestrador. Al día siguiente, miércoles 7 de mayo, fui citado en la
Procuraduría para entrevistarme con el general y levantar la denuncia. Unos
amigos suyos concertaron una cita con Luis Téllez, jefe de la Oficina de la
Presidencia de Ernesto Zedillo, para el jueves 8 de mayo a mediodía. Fui
atendido junto al contralmirante Wilfrido Robledo, quien hizo del conocimiento
de Téllez que ya había contactado a la empresa inglesa Control Risk,
especializada en asesoramiento de secuestros. El contralmirante me dijo que
enviaría gente del Centro de Investigación y Seguridad Nacional. Por la noche
llegaron personas de esa oficina y una persona de Control Risk de nombre Simón.
Se colocaron dispositivos de monitoreo y control de llamadas telefónicas para
grabación. El jueves no se recibieron llamadas y se designó como negociador a
un amigo de la familia; en el transcurso de los días 9, 10 y 11 no se recibió
llamada, hasta el lunes 12 de mayo de 1997. El secuestrador habló con el
negociador designado. Le preguntaron quién era y el secuestrador aceptó su
intervención. El 13 de mayo hablaron tres ocasiones.
–¿Ya tienes
el dinero? –preguntaron.
–El señor
Nava cuenta con 967 mil pesos.
Colgaron.
Llamaron nuevamente y pidieron que se tomara nota de la ubicación de Calzada de
Tlalpan 2169, correspondiente a la distribuidora Ford Alden. Recogimos una
oreja de mi hijo.
–¿Recogieron
el recado? –preguntó Arizmendi en su siguiente llamada–. Ya sé que tu teléfono
está intervenido y que me estás grabando. No me importa. Tengo mucha gente
involucrada.
–Estas
acciones no son necesarias –dijo el amigo de la familia–, estamos negociando y
no es correcto.
El miércoles
14 de mayo hubo cinco llamadas del secuestrador. En todas preguntó si ya
teníamos el dinero. Para saber si Raúl estaba vivo, se preguntó por el nombre
de su abuela materna.33
Al día
siguiente, el negociador me dijo que sólo tenían 987 mil pesos.
–Negociaremos
hasta las 24 horas de hoy. Si no nos ponemos de acuerdo, mato al muchacho
–dije.
–Le voy a
comentar al señor. Marque en una hora –me contestó.
Así hice y
me ofrecieron un millón 500 mil pesos. Les dije que no habían entendido el
mensaje enviado. No dejaban de negociar. Me comuniqué como a las 11 de la noche
de ese mismo día.
–No localizo
al padre de Raúl –me mintió el negociador.
–No le
interesa el asunto. Falta una hora para cumplirse el plazo.
Hablé dos
minutos antes de la medianoche.
–Soy Raúl
Nava –me dijo.
–¿Ya viste
el reloj? Se acerca el plazo que te di para pagarme. Tú vas a ser responsable
de la muerte de tu hijo.
–Sólo
conseguí un millón 500 mil pesos. Ya vendí los carros, hipotequé mis casas y
conseguí dinero prestado. En verdad, no tengo más dinero.
–¿Ya se fijó
qué hora es?
–Sí, ya sé
que son las 24 horas… ¡Haga lo que tenga que hacer, haga lo que tenga que
hacer, pero recuerde que yo tengo dinero y lo voy a utilizar…!
Cuando me
amenazó, colgué el teléfono. Ordené a Daniel Vanegas Martínez que se encontrara
conmigo. También llegó Miguel Armando Morgan Hernández. Les dije que subieran a
la Combi color gris que manejaba, que se agacharan y cerraran los ojos. Fuimos
a la casa de seguridad. Daniel Vanegas traía una pistola nueve milímetros color
negra. Le ordené a Raúl que se hincara en la regadera, con la cara hacia la
pared.34
Al
secuestrado lo cuidábamos Guillermo Antonio Muñoz Guadalupe y yo –declararía
Erick Juárez–. Llegó Arizmendi y nos dijo a los dos que viéramos la televisión
y que subiéramos el volumen al máximo. Vanegas fue al baño donde estaba Raúl
Nava y Daniel Arizmendi con Aurelio y Miguel Morgan. Escuché la detonación.
Vanegas salió muy nervioso. Se tocaba la pistola en la cintura. Sacó un cigarro
y quiso encenderlo, pero no podía. Temblaba. Regresó al baño. Salió. Estaba
pálido y respiraba con dificultad.35
Dejamos que
se desangrara y, entre Miguel Armando Morgan Hernández, Daniel Vanegas
Martínez, mi hermano Aurelio y yo lo pusimos en una colchoneta y lo metimos en
la Combi. Yo conduje y lo tiramos por la colonia Santa Martha, cerca de la
Penitenciaría del Distrito Federal.36
Poco importó
que el hombre más cercano al Presidente de la República, el responsable de la
inteligencia de Estado del país, la principal autoridad en materia de
procuración de justicia de la capital mexicana, el jefe de la policía investigadora
del Distrito Federal y una de las empresas trasnacionales más prestigiadas en
seguridad privada del mundo conocieran el curso entero del secuestro y el cese
de las negociaciones. El cadáver de Raúl Nava Ricaño llegó en calidad de
desconocido al Servicio Médico Forense el 15 de mayo de 1997. A pesar de la
oreja mutilada, permaneció en las gavetas del depósito de cadáveres durante un
mes en calidad de desconocido. El cuerpo fue entregado a la Facultad de
Medicina de la UNAM para la práctica de sus estudiantes. En octubre de ese año,
los padres del muchacho fueron a la morgue y reconocieron a su hijo en el
archivo fotográfico. Recuperaron el cuerpo y lo sepultaron en el Panteón
Español.37
Cada quien
su destino. Luis Téllez se convertiría en 2006 en secretario de Comunicaciones
y Transportes en un gobierno opositor a su partido político, el PRI. Se vio
obligado a renunciar tras el escándalo suscitado por la difusión de grabaciones
telefónicas en las que el propio Téllez afirmaba que su antiguo jefe Carlos
Salinas de Gortari, en su calidad de Presidente de la República, “se robó la
mitad de la partida secreta”. Wilfrido Robledo se convertiría en comisionado de
la Policía Federal Preventiva y de la Agencia de Seguridad Estatal del Estado
de México; en este cargo fue responsable, según la Suprema Corte de Justicia de
la Nación, de las “graves violaciones a los derechos humanos” cometidas tras la
toma de la fuerza pública a su cargo del pueblo de Atenco en 2006. A Domingo
Tassinari se le involucró en la red de protección policiaca de Daniel
Arizmendi, pero fue exonerado y, hasta diciembre de 2009, era comandante de la
Policía Judicial del Distrito Federal.
Y Josefina
Ricaño, madre de Raúl, fundó en 1998 México Unido Contra la Delincuencia,
organización que reclama seguridad y el fin de la impunidad. Tanto las demandas
como sus motivaciones permanecen desatendidas hasta hoy.
* * *
Asesiné a
José Trinidad Hernández Núñez, Gerardo Rafael Martínez Higuera y Bartolomé
Franco el Chino en diciembre de 1997. Al Chino lo conocí por medio de Juan el
Gato, a quien conocí a través del Chucho y a éste me lo presentó mi hermano
Aurelio.
El Chino y
Juan participaban en los secuestros. Eran cuidadores. Trabajaron algunos de los
secuestros que hice de españoles. El 1 de diciembre de 1997, Juan el Gato me
habló y me dijo que estaba reunido en Veracruz con el Chino y otros dos hombres
a quienes escuchó decir que me entregarían con la Policía Judicial del Estado
de México regresando de su viaje. Llamé al Chino. Le pedí que llevara dos
gentes más para un secuestro. Nos vimos en el deportivo La Cascada, en
Iztapalapa. Los cité ahí, porque existe una planicie de 200 metros y me daría
cuenta si alguien más lo acompañaba. Fui con el Rata, el Chucho, el Greñas, el
Chaparro, Juan Frutos y dos amigos de éste. Utilizamos dos camionetas y subimos
a las tres personas. Los llevamos a la casa de la Avenida 535, en San Juan de
Aragón. Interrogué a las tres personas, pero no me quisieron decir nada, con
todo y que torturé al Chino (su cadáver tenía cinco heridas de arma blanca en
el cuello y dos en el pecho). Lo ejecuté de un disparo en la nuca.
–Ya vieron
de lo que se trata. La cosa es seria, mejor pónganme a los judiciales –les
advertí, pero insistieron en no saber nada; ejecuté a otro de ellos–. ¿De qué
se trata? –le pregunté al último.
–¡Al que
acabas de matar es el que te quería poner con un judicial de Ixtapaluca, pero
yo no tengo nada que ver con ellos, te lo juro! –me dijo.
Pero no hubo
forma de que me señalara bien a los policías. Y le disparé.
Todo pasó en
el baño de la planta alta de la casa. Dejamos pasar un rato para que se
desangraran, pusimos una bolsa de plástico en la cabeza a cada uno y los
envolvimos en cobijas. Los metimos a la camioneta y los abandonamos cerca de la
Unidad Habitacional de Valle de Aragón, en Ciudad Neza. Pasaba de la media
noche del 3 de diciembre de 1997.
Los ejecuté
con una pistola nueve milímetros marca Browning que tenía guardada en la casa
de Cuernavaca. Tenía un mecanismo para funcionar en ráfaga acondicionado por un
hombre a quien le decían el Capitán, armero de policías en el Estado de México
a quien, tengo entendido, mató su propio yerno.
En esa casa
también había cocaína. La guardaba en una caja fuerte en cuyo interior tenía
medio kilo que compré en 30 mil pesos en 1997 a un oficial de la Policía
Federal de Caminos en Puebla. Esa cocaína no la usé, porque yo ya tenía muchos
días de consumir y ya me sentía muy mal. Decidí dejar el vicio. Tampoco quería
regalársela a los muchachos, porque les hacía mucho daño. Ya nos habíamos
acabado otro medio kilo que compramos antes. Sólo yo tenía acceso a la droga,
porque sólo yo conocía la combinación de la caja fuerte.
Al sacar
conclusiones, sé que los muertos iban a denunciar a Juan conmigo, porque el
Gato estaba creando su propia organización y hasta había comprado armas. Luego
vi en La Prensa que detuvieron al Gato con otros dos por el secuestro de un
farmacéutico.
Sobre el
homicidio cerca del panteón de Dolores del Distrito Federal, ocurrió de la
siguiente forma. En 1991, cuando estuve preso en el penal de Barrientos, tuve
una relación con una menor de edad que me visitaba en esa prisión. Mi esposa se
enteró. Como reproche me dijo que ella salía con un cocinero compañero del
mismo hospital de gineco-obstetricia del Seguro Social donde ella trabajaba. Me
enteré de los vehículos que utilizaba esta persona, averigüé qué días
descansaba. En 1996 lo seguí hasta su casa, cerca del panteón de Dolores, y
cuando supe dónde vivía, le corté con una navaja la llanta de su auto. Salió de
su casa. Lo reté. Le pregunté si pensaba que yo le había ponchado la llanta y
me contestó que no. Le disparé con la Browning de mecanismo ráfaga. No sé si
haya muerto inmediatamente.38
A las ocho
de la noche –habla Edgar Morales Casilla– estaba afuera de mi casa en la
colonia América, delegación Miguel Hidalgo, con mi padre Gustavo Morales
Gutiérrez, mi hermano Juan y mi cuñada Laura. Mi padre salió a cambiar la
llanta trasera derecha del auto que estaba estacionado. Se acercó un automóvil
negro sin placas. Venía un sujeto al frente del volante y un acompañante a su
lado derecho. El auto detuvo la marcha y el que venía en el asiento de
acompañante le pidió disculpas a mi padre por haberle bajado la llanta y
después le preguntó si era Gustavo Morales. Mi padre respondió que sí. Y, sin
motivo alguno, el hombre sacó un arma y disparó. Yo sentí un golpe en el pecho.
Me incorporé para ver a mi papá que estaba tirado en el suelo como a tres metros
de distancia. Los hombres huyeron. Mi padre también estaba herido. Murió 26
días después.39
Un año
después, por la misma causa, fui con Juan Ramón Frutos Aguilar y otra persona
para verificar si la persona había fallecido. No vi que colocaran moño negro en
la casa, de la cual salía una familia compuesta por un hombre joven como de 30
años, una mujer de aproximadamente la misma edad y dos niños como de seis o
siete años. El hombre se acercó a su vehículo y me le acerqué rápidamente. Se
dio cuenta de mi presencia y se bajó del vehículo. Quiso entrar a su casa.
Resbaló y cayó sobre la banqueta. Ahí le disparé ocho veces. La esposa gritó.
A Roberto
Gallegos lo conocí por ser concuño de mi hermano Aurelio y fueron vecinos en la
colonia Campestre Aragón. Fue agente de la policía judicial de Morelos, el
Distrito Federal e Hidalgo. Me quería entregar con un comandante de Iztacalco y
quiso usar a Aurelio y a su esposa para encontrarme. De esto me enteré en marzo
de 1998 y ordené que lo ejecutaran. Participaron Juan Ramón Frutos y otras
gentes suyas. Les pagué 100 mil pesos por el asesinato. Unos días antes, a esta
persona le enviaron un dedo humano, pero yo no di la orden de envío. Supe que
lo habían enviado, porque había bailado a una banda.40
Roberto
Gallegos fue padre de siete. También comandante de la policía judicial en
Hidalgo. El 18 de mayo de 1998, a las 11:15 de la noche, su esposa, Olivia
Botello Arista, escuchó el claxon de su auto, señal de que ya había llegado a
la casa, en la colonia Agrícola Oriental. La mujer del policía escuchó disparos
de arma de fuego y corrió hacia su marido agonizante. “Mi media hermana,
Adriana Suárez Arista, está casada con Aurelio Arizmendi López”, declararía la
esposa de Roberto Gallegos. “En 1996, Adriana y Aurelio fueron los padrinos de
mi hijo Alan Alexis; ese día se presentaron los dos a la iglesia en una
camioneta café con franjas crema –la que utilizaron en sus primeros
secuestros–. En ese vehículo nos trasladamos todos cuando terminó la misa y nos
fuimos a comer.”41
IV. Perros
de reserva
En 1998,
cuando las policías mexicanas no encontraban el modo de detener a Arizmendi, la
PGR buscó saber quién era el Mochaorejas.
Los agentes
mexicanos encontraron al mejor psiquiatra relacionado con el tema del secuestro
en Francia. Michelle Marie era en ese tiempo el jefe de negociadores del grupo
antisecuestros de la policía francesa. Le enviaron la información existente,
incluidos los datos proporcionados por la esposa e hijos de Arizmendi tras su
detención. Escribió Marie:
Es una hábil
mezcla de varios signos patológicos. Se trata de un perverso narcisista con
tendencia paranoica, lo que da un tipo de psicópata sociópata. No está loco.
Tiene perfecta conciencia de lo que hace, del bien y del mal y justamente eso
lo hace perverso. Hace el mal, sabe que está haciéndolo y le gusta. Obtiene
mucho placer en cortar orejas. Pequeño paréntesis: hay dentro de la película de
Quentin Tarantino Perros de Reserva un magnífico psicópata que, en presencia de
su rehén atado sobre una silla, toma gran placer al cortarle la oreja.
Regresemos a
nuestro perverso narcisista. Las principales características de estas
personalidades son sentimiento de grandeza, egocentrismo extremo, ausencia
notable de interés y empatía por los otros, aunque estén ansiosos por obtener
admiración y aprobación. Sienten una envidia muy intensa por los que parecen
tener las cosas que no tienen ellos mismos o que, simplemente, parecen tener
placer en su vida. No solamente carecen de profundidad afectiva y no llegan a entender
las emociones complejas de los otros, sino sus propios sentimientos no son
modulados y tienen rápidas “llamaradas” seguidas de dispersión. Ignoran
particularmente los sentimientos de tristeza y duelo; esta incapacidad de
resentir reacciones depresivas es una característica fundamental de su
personalidad. Cuando se les abandona o decepciona, pueden parecer deprimidos,
pero no bajo un atento examen: se trata de ira o resentimiento con deseos de
venganza. La literatura hace del perverso narcisista un retrato bastante
caricaturesco al describirlo como un individuo despectivo, seductor. Es verdad,
sin duda, pero la realidad es mucho más sutil y es lo que hace peligroso el
ataque del perverso: no lo vemos venir.
En síntesis,
nuestro individuo tiene una alta opinión de sí mismo, pero sobre todo una
inmensa necesidad de reconocimiento. Se cree muy inteligente y manipulador.
Para mí es aquí donde comete el más grande de sus errores. La verdadera cuerda
sensible no es el amor de sus próximos, sino su inmensa necesidad de
valorizarse, la famosa realización de la cual habla Abraham Maslow dentro de su
célebre escala de las motivaciones. Es allí donde debemos actuar, sobre su
imagen y la percepción que él tiene de ella. En otras palabras, debemos
oponerle como negociador un hombre de cualidades requeridas, respetable, que
represente a sus ojos un personaje importante de manera que se pueda encontrar
como ante un espejo. El otro aspecto importante es que, en relación a su lado
paranoico, no puede haber un fin “dulce”: no puede ser, normalmente, más que
brutal y violento. Es lo que llamamos el principio de base. Sin embargo, hay
otra posibilidad: la manipulación. Eso va a consistir en sacarle el tapete
rojo. Darle la impresión de que no se rinde, que su acción va a tener una
resonancia popular tan enorme que va a poder pasar a la posteridad. Debe tener
el sentimiento de haberse vuelto alguien muy importante. Toda astucia, pues,
consistirá en hacérselo creer.42
Mi
decimoctavo secuestro fue en octubre de 1997, contra Avelino Ruiz Noriega,
empresario del negocio de vinaterías y abarrotes La Europea. Ese mismo día
hablé con el hijo del secuestrado. Le exigí 10 millones de dólares. Se le hizo
mucho dinero y me pidió una prueba de vida de su padre. Le pedí que fueran a recoger
el recado a una tienda Comercial Mexicana de Insurgentes, que fuera a
paquetería y pidiera la caja de Chococrispis dejada en el casillero uno. Dentro
estaba, no me acuerdo, si una o las dos orejas del señor Avelino. Su hijo me
ofreció solamente 20 o 25 millones de pesos. No acepté. Quería por lo menos
cinco millones de dólares o seguiría torturando a su papá. Me pagaron junto a
una iglesia, por el rumbo de Peñón de los Baños.43
Ya habían
ocurrido al menos tres secuestros a miembros de la comunidad española que eran
dueños de vinaterías, importadoras y mayoristas. Durante los secuestros de las
víctimas de ascendencia española, Arizmendi se identificaba como “Cuauhtémoc”,
seudónimo alegórico a un sentimiento de venganza. Los españoles supieron de la
venida a México de Jaime Mayor Oreja, entonces ministro del Interior de España,
en octubre de 1997. Le pidieron al embajador de España en México ser recibidos.
Tuvieron la reunión en la embajada. Uno de los españoles rompió el hielo
diciendo al ministro:“Oiga, las paradojas de la vida, usted es Mayor Oreja y
nosotros somos los sin oreja”. Al poco tiempo, intervinieron el secretario de
Gobernación, Emilio Chuayffet, y el procurador general de la República, Jorge
Madrazo.44
* * *
La
investigación se mantuvo aislada durante buena parte de la carrera de Daniel
Arizmendi. El Centro de Investigación y Seguridad Nacional tenía alguna
información, la PGR otra, las procuradurías del Distrito Federal y del Estado
de México tenían datos por su cuenta. La Procuraduría General de Justicia del
DF le proporcionó a la PGR el nombre de Pedro Ríos como uno de los alias usados
por Arizmendi y eso representó un avance significativo. Usaba este nombre con
los segundos apellidos de Esparza y Arizona, así como los seudónimos de Aldo
Almazán Lara y Ernesto Saldaña. La Unidad Especializada en Delincuencia
Organizada (uedo), hoy subprocuraduría, obtuvo los números de cuatro celulares
utilizados por Arizmendi. Por limitaciones tecnológicas, la uedo pidió ayuda
para rastrearlos al Centro de Investigación y Seguridad Nacional, donde
Wilfrido Robledo y Genaro García Luna, actual secretario de Seguridad Pública
federal, trabajaban en el caso desde el secuestro de Raúl Nava Ricaño. Personal
del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) sabía que Alberto
Pliego Fuentes estaba cerca de Arizmendi y lo reclutaron para continuar la
investigación. “Se asume que habría la intención de Pliego Fuentes de detenerlo
él personalmente para controlarlo”, observa en entrevista Ernesto Mendieta, entonces
jefe antisecuestros. La PGR distribuyó información en los periódicos
construyendo un escenario ideal para Arizmendi, en el que se le pintaba como
inteligente y capaz con la idea de explotar su condición narcisista y abrir la
puerta para su entrega. También porque se quería “calentar” el asunto, como en
el argot compartido de policías y bandidos se le llama a sobreexponer un caso y
cortar la protección de policías federales y estatales y de ministerios
públicos y jueces.45
En los
expedientes del caso Arizmendi existe una fotografía de Daniel joven, con el
cabello corto y peinado de lado hacia la derecha, viste una playera de cuello
redondo de dos colores, diferentes al resto de la prenda. Un supuesto retrato
hablado elaborado por cómplices, víctimas y vecinos fue distribuido por la PGR.
Pero la imagen fotográfica y el dibujo son idénticos. Publicaron una foto con
efecto de dibujo con lápiz. Así de cerca estaban.
La primera
detención importante fue la de Daniel Vanegas Martínez, a principios de 1998.
Lo capturaron con su esposa y su madre, Jaqueline Cruz Ríos y Eustaquia
Martínez Ramírez, ambas cómplices, en la casa de la Campestre Churubusco, la
que Daniel Arizmendi regaló a su amante Dulce Paz.
Daniel
Vanegas declaró en abundancia. Dijo, por ejemplo, que tras la publicación de
las fotografías familiares, Daniel Arizmendi López envió a su familia a Cuba
utilizando pasaportes con nombres falsos obtenidos en Toluca. O que en octubre
de 1997 Aurelio Arizmendi López se embriagó en la cantina Los Zorros Plateados,
en Ciudad Neza, y se baleó con policías municipales y fue herido en la pierna
derecha. Que antes de ser el Mochaorejas, Daniel tuvo por apodo el Dado y Aurelio
el Perro. Que Juan Fonseca y Arturo Moncada fueron enviados a un lugar de
Sinaloa llamado El Desengaño, pero aún cobraban miles por sacar a la gente de
la banda de la prisión y por dar credenciales doradas del ministerio público o
de la Cámara de Diputados para deslumbrar a quien fuera. Pero más importante
para la policía, dijo que Daniel y Aurelio Arizmendi dormían en hoteles de
Cuernavaca y Cuautla, entre estos Real del Sol y Hacienda del Río, y que en la
capital de Morelos ocultaba a su otra familia.46
La Policía
Judicial Federal siguió la pista de los números telefónicos fijos, celulares y
radiolocalizadores a Cuernavaca. En la compañía telefónica les informaron que
un teléfono estaba domiciliado en la calle de Ontario número 12, en el
fraccionamiento Bello Horizonte. El 22 de mayo de 1998, vigilaron la casa y
siguieron un vehículo sin placas, con permiso de circulación, como usaba Daniel
Arizmendi López. Lo manejaba una persona de 20 años, Daniel hijo. Intentó huir.
Lo persiguieron por el centro de Cuernavaca. Perdió el control del auto en una
glorieta y se estrelló contra la guarnición. Bajó y corrió. Volteó, apunto con
una pistola y disparó contra los policías, quienes contestaron la agresión.
Trató de brincar una barda, pero, herido en una pierna, tropezó y cayó al
suelo, donde fue desarmado y sometido. Dijo a los policías que su padre estaba
dormido en su casa. Las puertas estaban abiertas. En la casa había movimiento
de personas. Luis Cárdenas Palomino, subcomandante de la Judicial Federal, ordenó
a los federales, estatales y municipales parapetarse detrás de una pared.
–¡Salgan sin
oponer resistencia, con las manos en alto! –gritó Cárdenas Palomino.
–¡No
disparen! Somos tres mujeres y un niño, entren –dijo María de Lourdes Arias
García.
–¿Dónde está
tu esposo? –preguntó el oficial adentro de la casa.
–Acaba de
salir en una camioneta roja.
–¿Dónde está
el dinero?
La esposa de
Arizmendi los guió a la cocina y, detrás de la estufa, empotrado en la pared,
señaló un cajón de madera de dos metros de largo, medio metro de ancho y 25
centímetros de alto lleno por completo de billetes mexicanos, dólares y
centenarios. También les mostró maletas de viaje repletas de más dinero y armas
AK 47.
Fueron
detenidos, además de Daniel hijo, María de Lourdes Arias García; Verónica
Jaramillo Saldaña, nuera de Arizmendi; S. Arizmendi Arias, y entregado al
ministerio público el pequeño nieto del Mochaorejas.47
Los policías
le preguntaron a S., hija de Arizmendi, cómo se comunicaba con su padre y
mandaron mensajes al radiolocalizador del secuestrador. Daniel cayó en la
trampa y marcó a su casa. Tomó el teléfono un comandante.
–Estamos en
tu casa. Tenemos a tu esposa y a tus hijos. Aquí está S. La niña se puede ir,
pero te debes entregar.
–Sí… Me
comunico más tarde –dijo Arizmendi.
A la hora
repiqueteó el teléfono:
–Me entrego
frente a los medios de comunicación.
–Está bien,
donde tú digas.
–Te hablo en
una hora.
Pero
Arizmendi jamás volvió a llamar. En esa casa se encontraron cerca de 50
millones de pesos en dólares y centenarios de oro con los que las familias de
sus plagiados completaban el rescate. A la incautación del dinero se agregarían
18 casas en distintos estados.48
En el
ministerio público la niña también fue interrogada:
Desde que
salí de sexto año de primaria, cuando ocurrió lo de la discoteca Skates, supe
que mi papá era secuestrador. Vivimos en varias casas. Siempre llevábamos el
dinero con nosotros cuando nos cambiábamos. Lo echábamos en maletas y lo
escondíamos. Lo metíamos en un escritorio y en cajones o en la caja de madera
donde lo encontraron. Mi papá conocía a dos licenciados, Juan Fonseca y Arturo
Moncada, el primero iba a la casa con su familia a la calle Felipe Ángeles y
después iban a la casa de Cuernavaca. Al segundo licenciado mi papá le hablaba
y le pedía que le ayudara en sus asuntos. Mi papá tenía un amigo de la policía,
Ángel Vivanco, quien también iba a la casa de Felipe Ángeles. Actualmente tengo
tres nombres: S. Arizmendi Arias, que es el verdadero, S. Ríos Esparza y
Patricia Almazán Vilchis. Me los dio mi papá para comprar propiedades,
inscribirme en la escuela o para cualquier requisito, pero sobre todo para
comprar casas y no ser reconocida. Me tuve que acostumbrar a ellos. Mi papá
mutilaba las orejas. Lo sé porque escuché comentarios de mi papá y mi mamá. Le
pregunté a mi hermano Daniel sobre ese asunto y me dijo que él también lo
sabía.49
Los
seudónimos de la familia Arizmendi tomaron forma afuera del Registro Civil del
Distrito Federal, en Arcos de Belén. María de Lourdes pagó 100 pesos a un
coyote por cada acta de nacimiento ilegal, pero elaborada desde las mismas
oficinas de gobierno. Con esos documentos, la mujer tramitó las licencias de
conducir y certificados de secundaria en la Secretaría de Educación Pública con
los nuevos nombres. Los de ella eran Laura Vilchis Luna, Leticia Fuentes Valdés
y María Elena de Ríos. Su hijo se hacía llamar Héctor Almazán Vilchis.50
V. El parto
de Arizmendi
El día que
detuvieron a la madre de Dulce Paz Vanegas, a su cuñada Jacqueline y a su
hermano Daniel Vanegas –el primer golpe importante a Los Mochaorejas–, el 8 de
enero de 1998, en el sur del Distrito Federal, la amante de Arizmendi no estaba
con ellos. La mujer esperaba un hijo del Mochaorejas y estaba en Cuernavaca. Se
enteró de la captura de su familia y habló por teléfono con Daniel. Se vieron.
–Entrégate
–pidió ella.
–Eso sólo
empeoraría las cosas –dijo él con un gesto severo.
Dulce Paz se
hospedó en un hotel, mientras Arizmendi hacía el trato para comprar otra casa
en Cuernavaca y regalársela. Como también la buscaba la policía, Dulce Paz
pidió a su primo Miguel Armando Morgan que escriturara a su nombre. Arizmendi
no aceptó. Desde el principio no le gustó Morgan. Alguna vez lo quiso golpear
acusándolo de acostarse con su prima. Pero las opciones eran pocas y la casa
fue escriturada por Morgan bajo un alias. Los primos vivieron juntos hasta el
21 de mayo de 1998, cuando Dulce Paz ingresó al hospital San José, en
Tequisquiapan, Querétaro. En medio de las contracciones, se registró con el
nombre falso de Gloria Guzmán y dio a luz a un niño al que llamó H. Había
pactado con su cuñada Jacqueline que registrarían al bebé como si fuera su hijo
en previsión de que la detuvieran o le pasara algo, pues Dulce Paz está enferma
del corazón.
Dulce Paz
conoció la detención de la familia de Arizmendi por televisión mientras estaba
hospitalizada y la incautación de varias casas, incluida la casa donde vivía
con su primo. Entonces vivió en diferentes hoteles de la zona turística de
Tequisquiapan con su primo y su hijo durante un mes. Arizmendi la buscó. Fue
rápido y obvio: “Tengo problemas, no te puedo llevar conmigo”. Le dio dinero
para mantenerse. La mujer buscó a su cuñada, sobrinos y hermanos para saber si
estaban bien. “No tenemos ni dónde dormir. Ni para comer tenemos. Nadie nos
quiere ayudar.” Esperó a que Daniel la buscara y le dio la larga lista de
problemas.
–Les ofrezco
techo y comida –dijo él–, pero deben quedarse siempre dentro de la casa. No
pueden salir por ningún motivo, deben hacer sólo lo que yo diga.
El 15 de
agosto Arizmendi los citó en Perisur. Los recogió en su auto y les prohibió
levantar la cabeza. Los llevó a una casa en la calle Mar de Lluvia, en
Naucalpan. Al llegar a la casa, Dulce Paz encontró a Ernesto Mendoza el Niño,
un hombre de un metro 45 centímetros de estatura, nacido, como Arizmendi, en
Miacatlán, Morelos.51
Arizmendi
caminaba en una cuerda cada vez más floja. Cada vez estaba más solo. No sólo su
esposa, hijos y lugarteniente, Daniel Vanegas, estaban detenidos. El 30 de
junio de 1998, Aurelio Arizmendi estaba en la calle de Fígaro, cerca de Reino
Aventura, hoy Six Flags, con unos albañiles. Uno le avisó que su camioneta
estaba rodeada por la policía. No dudó y huyó en el carro del plomero. Le
dispararon y tal vez esto le hizo chocar contra un microbús y un taxi. Abrió la
puerta y corrió. “Quise engañar a los policías fingiendo que sacaba una pistola
de entre mis ropas a la altura de la cintura y que les apuntaba para que me
dispararan, porque no quería ir a la cárcel. Corrí hacia ellos y me hirieron
una pierna. Aun así alcancé a uno de los policías con quien empecé a forcejear
para quitarle su pistola. Me hirieron por segunda ocasión, en la otra pierna.
Solté al policía y caí al suelo”, recordaría en el ministerio público.52
Llevaron a
Aurelio al Hospital Ángeles y luego al Hospital Militar. Quiso permanecer callado.
No era la primera vez que debía callar por su hermano. Josefina Ricaño, madre
de Raúl Nava, se le acercó: “Yo te he perdonado, a quien le toca perdonarte
ahora es a Dios y a la Virgen”. Y Aurelio, forjado con Los Carniceros de Ciudad
Neza, curtido entre matones y ladrones de la cárcel de Barrientos, habló. Y
habló en abundancia.
* * *
Mi vigésimo
primer secuestro fue en agosto de 1998. Todos los míos ya estaban detenidos.
Quería recuperar mi dinero y retirarme. Pensé ser agente inmobiliario fuera del
Distrito Federal, pensé en Querétaro y vivir con Dulce Paz y mi hijo.
Secuestré a
Raúl Nieto del Río, empresario de Querétaro. Planeé el asunto con Miguel
Armando Morgan Hernández y Ernesto Mendoza Carbajal el Niño. Vimos muchos
camiones con su apellido y supimos que tenía muchas propiedades. Consultamos en
la sección blanca del directorio.
Había cinco
residencias en el Club Campestre con ese nombre. Investigamos sus negocios por
mes y medio y decidí secuestrarlo. Hablé con los hermanos Juan Ramón y Miguel
Ángel Frutos Aguilar y el Patán. Juan Ramón consiguió otras tres personas. Los
vi en el DF y le di cinco mil pesos a cada uno para sus familias, pues el
trabajo duraría un mes.
Todos se
quedaron a dormir en una casa rentada en Querétaro y pasé por ellos un lunes
por la mañana. Les enseñé los recorridos que hacía Raúl Nieto y les expliqué
cómo sería el secuestro. Hicimos simulacros y al día siguiente por la mañana se
pusieron en sus puestos para el secuestro. Hicimos dos intentos, pero cambió de
ruta. En el siguiente, cuando salió de su casa, le hablé a Morgan y le dije que
estuvieran listos. Nieto llegó a una avenida enorme y, al dar vuelta hacia un
bulevar, Morgan se le atravesó por el frente.
El
secuestrado se echó de reversa y se impactó contra el Volkswagen blanco en el
que yo iba. Se resistía. Juan Ramón Frutos Aguilar le dio un balazo y le abrió
la puerta. Raúl Nieto se aferró al cinturón de seguridad para que no lo
bajaran. Martín le dio un culatazo con el cuerno de chivo en la mano y el hombre
se dejó caer al suelo. Entre Juan Ramón y Miguel Ángel Frutos Aguilar lo
llevaron a una casa que Morgan compró usando un alias, en la colonia Santa
Bárbara.
Juan Ramos
me dijo que el secuestrado todavía estaba en la Combi color crema y que no lo
habían bajado, porque se veía muy mal y sangraba demasiado. Lo chequé y no le
sentí pulso, ni en la muñeca ni en el cuello. Ni respiraba. Ordené a las cuatro
personas que traían la Combi bajarlo y ponerlo en el cuarto del fondo de la
casa. Juan Ramón me preguntó qué haríamos.
–Nada, ya
está muerto –respondí.
–¿Nunca has
exigido rescate por una persona muerta?
–Nunca lo
hice.
Se me
ocurrió cortarle ambas orejas con un cuchillo de 30 centímetros de largo, de
mango color negro y hoja plateada. Luego ordené que enterraran al secuestrado
en un cuarto donde había un agujero que utilicé para guardar una hielera en la
que escondía mi dinero, pero como acababa de comprar otra casa, en las afueras
de Querétaro, había trasladado ahí la hielera. Y como no podía deshacerme del
muerto, ordené a las cuatro personas que iban en la Combi y al Niño que lo
enterraran ahí.
Chequé los
teléfonos de la familia Nieto y ubiqué el de su casa. Contestó su esposa. Exigí
15 millones de dólares con la idea de despistar y que no me buscaran. Regresé a
la casa donde estaba el secuestrado y vi que ya estaba enterrado, con una losa
de cemento y el piso emparejado. Todos se fueron, excepto Morgan, el Niño y yo.
Regresamos a la ciudad de México.
Como a las
11 o 12 de la noche, cuando ya estaba acostado, pensé que sí era buena idea
exigir el rescate del muerto.53
* * *
Nunca había
permitido que nadie negociara mis asuntos, pero le pedí a Morgan que hablara
con la esposa de Nieto y le preguntara si ya tenía el dinero. Regresamos a
Querétaro por la mañana. Ordené a Morgan que buscara a cuatro de la banda de
Los Frutos.
Cuando
llegaron, yo mismo había levantado el cemento fresco que cubría el hoyo donde
estaba enterrado Nieto del Río. Escarbé con pico y pala, pero apenas pude sacar
una pierna. Era demasiado pesado.
Llegaron
Morgan, el Patán, un tal Martín y otro más y entre todos desenterramos el
cadáver. Lo pasamos al baño sobre una colchoneta y yo mismo lo bañé y sequé. Lo
coloqué en una cama individual. Mandé a Morgan al supermercado por varias cosas
y cuando regresó maquillé al muerto.
Le puse
polvo facial, lápiz labial y le acomodé suero con gasas y cinta adhesiva en uno
de los brazos. Le vendé los ojos, le puse una sábana hasta medio pecho y le
acomodé al lado un periódico del día. Le tomé varias fotografías. Escogí la más
real y, ese mismo día, como a las nueve de la noche, ordené a Morgan que
hablara por teléfono a la familia y les dijera que había un recado en una bolsa
de palomitas del cine que antes había dejado en la taquilla de la puerta dos de
la plaza de toros de Querétaro. Eran el reloj y las dos orejas de Raúl. Como a
las nueve o 10 de la noche, hablé con el tío del secuestrado.
–Soy Daniel
Arizmendi –le dije con franqueza–, si no me das los 15 millones de dólares y si
no me resuelves antes de las 12 de la noche, lo voy a matar.
–Te doy
nueve millones y ya es un trato.
–¿Qué plazo
quieres para no fallar?
–Necesito un
mes para pagar, pero quiero una prueba de vida.
Mandé otra
foto con el periódico del día en el pecho de Raúl en un sobre al que agregué
100 mil dólares de mi bolsa con el mensaje de que le dieran un buen entierro si
no me cumplían, pues Raúl se lo merecía por ser tan trabajador. Esto lo hice
con la idea de ganarme la voluntad de los familiares y para que no sospecharan
que el secuestrado ya estaba muerto.
–¿Cuánto
tiempo necesitas para juntar el dinero? –le volví a preguntar al tío de Nieto.
–Un mes.
Pero no
esperé.54
* * *
La noche del
17 de agosto de 1998, a las siete u ocho de la noche, Morgan llegó a donde se
escondía Dulce Paz. Estaba pálido y temblaba. Iba con la Policía Judicial del
Estado de México. Un policía tomó del cabello a Dulce Paz. Otro le preguntó por
el dinero.
–En el
clóset de la recámara, junto al baño de la planta alta, hay un portafolio negro
y una hielera roja. Adentro está el dinero –chilló la mujer.
Declaró
Dulce Paz:
“Entre los
dos policías me llevaron ahí. Uno de ellos descubrió la hilera y sacó un costal
de plástico blanco. Vio que estaba el dinero. El otro vio el portafolio y lo
quiso abrir, pero no pudo, porque la chapa es de combinación. Me pidió que le
diera la clave. No se la di. Gritó, pero me quedé callada. Volteó hacia las
escaleras por donde venía un tercer policía y le ordenó que subieran a uno de
mis hermanos para que le cortaran las orejas. Les di la combinación. El policía
sacó el portafolio del clóset al pasillo y lo llevó al interior de la recámara
que yo utilizaba y en donde había dejado mi bolsa de mano con 40 mil pesos. Un
policía me llevó a la planta baja, otro llegó con la hilera y se sentó sobre
ella. Ya no supe del portafolio”.55
* * *
El Cisen ya
tenía intervenidos los teléfonos de Arizmendi y conocía la muerte de Nieto. En
las escuchas, también encontró la conexión entre Arizmendi y los Frutos.
Detuvieron a uno de éstos y lo hicieron citar a Arizmendi en el Distrito
Federal.56
Ese día,
lunes 17 de agosto, como a las 4:30, se comunicaron por teléfono conmigo el
Patán y Juan Frutos. Les había pedido que me consiguieran una credencial de
elector falsa y nos citamos en avenida Río Churubusco, a la altura del Palacio
de los Deportes. Los vi, pero nada sospeché. Fui detenido repentinamente y
trasladado a un lugar desconocido. Me vendaron los ojos y me agacharon en el
piso del vehículo. Cuando me quitaron la venda, estaba en un lugar que parecía
una bodega donde había llantas de avioneta. Vi a Pliego Fuentes. Luego me
enteré de que quienes me detuvieron fueron a la casa donde estaba Dulce Paz
Vanegas Martínez y otras más.
En ningún
momento autoricé para que se metieran a mi domicilio de Naucalpan –donde
detuvieron a Dulce Paz–. Tenía ocho millones de pesos dentro de una hielera
roja con blanco en billetes de 200 y 500 pesos y 400 mil dólares americanos en
un portafolio negro. Ese dinero fue sacado por la Policía Judicial del Estado
de México y la cantidad que se me presentó es inferior.57 Me llevaron a
Querétaro. Los llevé a donde estaba el cadáver de Nieto.
El caso
Arizmendi derivó en la investigación de una red de corrupción y protección a
secuestradores desde el gobierno del estado de Morelos. Fueron involucrados el
procurador estatal Carlos Peredo Merlo; el jefe de la policía judicial Jesús
Miyazawa, y el comandante del Grupo Antisecuestros de Morelos, Armando
Martínez, descubierto el 29 de enero de 1998 mientras se deshacía del cadáver
del secuestrador Jorge Nava Avilés El Moles, torturado hasta morir dentro de
las oficinas de la Procuraduría General de Justicia de Morelos. Este hecho
significó el inicio del camino a prisión de los Arizmendi. El Moles pertenecía
a una banda que operaba fuera de la protección de la policía morelense. Ante la
presión política y social, el Gobernador Jorge Carrillo Olea –ex director de la
temible DFS y gobernante subordinado al ex Presidente Luis Echeverría– se vio
obligado a dimitir.
Alguien más
estuvo bajo las órdenes del procurador Lauro Ortega –cuya administración
contrató a Arizmendi y en la cual el Mochaorejas conoció el oficio de ladrón de
autos–: Alberto Pliego Fuentes, el Superpolicía, vendedor de protección a
Arizmendi, captor del mismo –por lo que ganó su sobrenombre– y protector del cártel
de Juárez.58
Ernesto
Mendieta dejó la PGR y, tiempo después, fue contactado por la productora
hollywoodense Totem, de los hermanos Scott.59 Un año antes ganaron el Oscar por
Gladiador y querían actualizar una novela de A. J. Quinell, ambientada en la
Italia de la década de 1980. Tony Scott quería por escenario una región del
mundo donde hubiera secuestros. Escuchó de Arizmendi. Vinieron al Distrito
Federal, a Ciudad Nezahualcóyotl y a Naucalpan. Los secuestradores se llamaron
Daniel y Aurelio. El filme se tituló Hombre en Llamas.
Y yo, Daniel
Arizmendi, no uno cualquiera, sino el Mochaorejas, fui condenado a lo que
ningún hombre puede vivir. Mi sentencia es de 398 años. *
Fuentes:
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal.
Dictamen
médico psiquiátrico elaborado por la Procuraduría General de la República tras
la detención de la esposa, hijos, hermano y demás familiares de Daniel
Arizmendi.
Declaración
de María de Lourdes Arias García, esposa de Arizmendi del 22 de mayo de 1998.
Dictamen
médico psiquiátrico elaborado por la Procuraduría General de la República tras
la detención de la esposa e hijos de Arizmendi en 1998.
Declaración
de María de Lourdes Arias García, esposa de Arizmendi del 22 de mayo de 1998.
Declaración
de Aurelio Arizmendi López del 1º de julio de 1998.
Ibid.
Dictamen
médico psiquiátrico elaborado por la Procuraduría General de la República tras
la detención de la esposa e hijos de Arizmendi en 1998.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal.
Declaración
de Dulce Paz Vanegas Martínez del 18 de agosto de 1998.
Declaraciones
de Daniel Vanegas Martínez del 10 de enero de 1998 y de Josué Juan Vanegas
Martínez.
Declaración
de María de Lourdes Arias García, esposa de Arizmendi del 22 de mayo de 1998.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal.
Declaración
de Dulce Paz Vanegas Martínez del 18 de agosto de 1998.
Declaración
voluntaria de Araceli Morán Ramírez del 29 de octubre de 1997 bajo protección
especial a testigos prevista en la Ley de Delincuencia Organizada.
Notas
publicadas en Reforma el 5 de julio de 1998 y el 23 de julio de 2000.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal.
Declaración
de Fidel Parra Zúñiga del 24 de marzo de 1998.
Declaración
de Daniel Vanegas Martínez del 10 de enero de 1998.
Declaración
de María de Lourdes Arias García, esposa de Arizmendi del 22 de mayo de 1998.
Declaración
de Daniel Vanegas Martínez del 10 de enero de 1998.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal.
Declaración
de Ángel Joaquín Vivanco Navarro del 24 de julio de 1998.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal
Parte de
policía de enero de 1997, suscrito por Álvaro Martínez Rojano y Cecilio
Martínez Zárate, agentes de la Policía Judicial del Distrito Federal.
Entrevista
con Ernesto Mendieta, jefe antisecuestros de la PGR durante la investigación
del caso Arizmendi.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal
Declaración
de Aurelio Arizmendi del 1º de junio de 1998.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal
Declaración
del médico cirujano plástico Enrique García Murray, noviembre de 1996.
Escrito de
denuncia de Luis Manuel Gazcón Reyes, secuestrado el 1º de abril de 1997, dueño
de Agrupación Abarrotera para la Comercialización.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal
Declaración
de Raúl Nava Navarro, padre de Raúl Nava Ricaño.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal
Declaración
de Erick Juárez del 14 de julio de 1998.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal
Reportaje de
David González publicado en la revista Impacto número 2488 correspondiente al 9
de noviembre de 1997.
Declaración
textual de Daniel Arizmendi López del 7 de abril de 1999.
Declaración
de Edgar Morales Casillas, hijo de Gustavo Morales Gutiérrez del 3 de noviembre
de 1996.
Declaración
textual de Daniel Arizmendi López del 7 de abril de 1999.
Declaración
de Olivia Botello Arista, esposa de Roberto Gallegos del 7 de abril de 1999.
Diagnóstico
de Michel Marie, psiquiatra y jefe de negociadores antisecuestros de la Policía
de Francia, elaborado a petición de la Unidad Especializada en Delincuencia
Organizada de la PGR en 1998.
Declaración
prácticamente textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998;
corresponde a ésta el texto escrito en formato normal
Entrevista
con Ernesto Mendieta, jefe antisecuestros de la PGR durante la investigación
del caso Arizmendi, agosto de 2009.
Ibid.
Declaraciones
de Daniel Vanegas Martínez del 10 y el 13 de enero de 1998.
Declaración
de Luis Cárdenas Palomino, subcomandante de la Policía Judicial Federal del 21
de mayo de 1998.
Entrevista
con Ernesto Mendieta, jefe antisecuestros de la PGR durante la investigación
del caso Arizmendi, agosto de 2009.
Declaración
de Sandra Arizmendi Arias, a los 14 años de edad, del 22 de mayo de 1998.
Declaración
de María de Lourdes Arias García del 22 de mayo de 1998.
Declaración
de Dulce Paz Vanegas Martínez del 18 de agosto de 1998.
Declaración
de Aurelio Arizmendi López, del 1º de julio de 1998.
Declaración
textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998; corresponde a ésta
el texto escrito en formato normal
Declaración
textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998; corresponde a ésta
el texto escrito en formato normal
Declaración
de Dulce Paz Vanegas Martínez del 18 de agosto de 1998.
Entrevista
con Ernesto Mendieta, jefe antisecuestros de la PGR durante la investigación
del caso Arizmendi, agosto de 2009.
Declaración
textual de Daniel Arizmendi López del 18 de agosto de 1998; corresponde a ésta
el texto escrito en formato normal
Declaración
de Alberto Pliego Fuentes del 28 de julio de 1998.
Entrevista
con Ernesto Mendieta, jefe antisecuestros de la PGR durante la investigación
del caso Arizmendi, agosto de 2009.
Las
declaraciones, partes policíacos y resoluciones judiciales fueron tomados de:
Averiguación
previa PGR/UEDO/140/98.
Causas
penales 127/99 y 41/99-1 instruidas por la juez 8 de Distrito en Materia Penal
del Distrito Federal, Lilia Mónica López Benítez
Toca penal
230/99-V resuelta por el Cuarto Tribunal Unitario del Primer Circuito.
Causa penal
69/2000 instruida por la juez 3 de Distrito del Distrito Federal, Olga Sánchez
Contreras.
Toca penal
195/2006 resuelta por el Quinto Tribunal Unitario del Segundo Circuito.
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