“Mejor armar a autodefensas que pagar las extorsiones”.
https://noticias-ixtepec.blogspot.com/2014/01/mejor-armar-autodefensas-que-pagar-las.html
MILENIO
“Mejor armar
a autodefensas que pagar las extorsiones”.
Denuncian
que a cada rato los templarios les pedían 5 millones de pesos, por lo que si un
cuerno de chivo cuesta 10 mil pesos, podrían comprar hasta 500 de esos artefactos para defenderse en vez ...
Cada vez más
niños y jóvenes se suman a los grupos de civiles armados en la Tierra Caliente.
(Juan José Estrada/Cuartoscuro)
JUAN PABLO
BECERRA ACOSTA
22/01/2014
04:16 AM
Parácuaro
Muchos años
vivieron bajo el yugo de las extorsiones de Los caballeros templarios. Eso
dicen. Y afirman también que a ellos lo de las drogas les daba igual: que si en
otros municipios cocinaban o no drogas sintéticas en laboratorios instalados,
escondidos en medio de las zonas de producción de limones o aguacates, incluso
aquí mismo, entre los campos de arroz y las enormes extensiones de árboles de
mangos, eso les tenía sin cuidado. No era asunto suyo si traían precursores químicos
para cocinar en enormes toneles las metanfetaminas, el famoso ice.
“Si no se
metían con nosotros…”, deja la frase inconclusa el empresario, el productor de
mangos.
Si no se
metían con ellos, con la población, con los productores de mango, arroz, jitomate,
y tamarindo de este lugar, de Parácuaro, el penúltimo municipio en levantarse
en armas (el último fue Múgica, con su conocida ciudad, Nueva Italia), entonces
todos se contagiaban de una especie de conveniente ceguera colectiva que los
mantenía inmunes a la violencia. Si no se metían con ellos. Pero eso se acabó
hace tiempo. La codicia criminal era insaciable, cuentan…
***
Es hermoso
el lugar. La tierra fértil. Adonde mire uno por la carretera para llegar aquí,
a este municipio ubicado entre el de Múgica y el de Apatzingán, hay enormes
mangos. Miles y miles de árboles que dan esa fruta. Cuando concluye la vía
rápida, se desemboca a un bello bulevar cuyo camellón está tapizado de
buganvilias de todos los colores imaginables: amarillas, blancas, rojas, lilas,
moradas, naranja. Es un lugar rico en agua. Dicen sus lugareños que por todos
lados hay agua, que nomás perforan un poco la tierra y brota el agua. Están
orgullosos de su terruño. Y tienen otro motivo más para ponerse orondos: aquí,
el 7 de enero de 1950, nació un tal Alberto Aguilera Valadez. Por eso, en la
plaza central del lugar, junto a unos árboles, le irguieron una estatua: ahí se
le ve al hombre, con micrófono en mano, inmóvil, de bronce él, en ademán de
interpretar alguna canción ranchera. Un tan Juan Gabriel, a quien le llamarían,
años después, El Divo de Juárez.
—Mire, este
fue su novio…— bromea el empresario del mango con el dueño de la paletería
artesanal del pueblo que prepara ricuras de tamarindo, mango y otros frutos.
Los demás parroquianos que rodean a los periodistas de MILENIO se ríen.
Unos
momentos de alegría que gozan a carcajadas. Pero de inmediato vuelven los
rostros preocupados cuando uno de los hombres de las autodefensas viene a darle
parte al jefe de las autodefensas, Chavo Beltrán: que no tienen suficientes
armas, que cómo le hacen. Que les pida a los campesinos que presten sus
escopetas, sus rifles cazaconejos o que se vengan de autodefensas también —si
no tienen labores labriegas— y que se juntará dinero para pagarles.
—Es que
apenas estamos empezando…— explica el líder, radio en mano, escuadra al cinto.
Ni siquiera tienen todavía camisetas suyas, les prestaron las de Tancítaro,
otro municipio vecino también levantado en armas. Chavo (se llama Salvador,
pero así le dicen, quizá por chaparrito) se retira para continuar una junta con
policías federales, y entonces surge, inevitable como ocurre en cada municipio,
el tema de las armas, de la procedencia de éstas. Durante la estadía de MILENIO
(mediodía) solo fue posible apreciar dos cuernos de chivo, uno dentro de un
vehículo, otro en una barricada, y una vieja Uzi que portaba un autodefensa en
un retén dentro del pueblo. El resto del armamento eran revólveres, escuadras y
rifles campesinos.
El productor
de mango que se nos acercó, uno de los empresarios que lo producen aquí, y que
todavía está ciscado y ruega no decir su nombre ni mucho menos hablar ante la
cámara, petición que hacen suya casi todos los demás pobladores (salvo Chavo y
sus hombres más cercanos), cuenta, con su peculiar sentido común campirano, con
sus aritméticas de la campiña de Tierra Caliente y con sus elocuentes frases
sin terminar…
—Mire, aquí,
a los productores de mango teníamos que poner en tres meses de producción 200 mil
pesos cada uno para darles a los templarios. Esa era la cuota, la extorsión.
Les dábamos mil pesos por cada carro de mango. Y cuando se les antojaba, que
era seguido, que necesitaba 5 millones de pesos el señor…
—¿Qué señor?
—Pues él,
Chayo. Nazario Moreno (el líder de los templarios que el gobierno federal
durante el sexenio de Felipe Calderón dio por muerto en combate y cuyo
fallecimiento niegan todas las autodefensas)… Cuando se le antojaba, nos pedían
5 millones de pesos de golpe. ¿Y qué íbamos a hacer? Ya sabíamos que nos tocaba
de a 230 mil pesos por productor a los 22 que somos aquí. Y a los del arroz,
igual. Y a los del jitomate, también. Haga cuentas: ¿cuánto cuesta un cuerno si
ahora vamos a gastar esos 5 millones una sola vez para las autodefensas en
lugar de pagar a cada rato a los templarios? Haga cuentas…
A ver: un
fusil AK47 cuesta al menos 600 dólares nuevo (7 mil 800 pesos), según las
referencias de armerías gringas en Internet. Sin embargo, de acuerdo con la
dificultad de llevarlo a un país determinado, puede venderse hasta en 20 mil
pesos. Por el contrario, si el fusil está usado, el precio va bajando, porque
suele tener antecedentes criminales. En este caso el precio ronda 5 mil pesos.
—Póngale
hasta 10 mil, si quiere…— invita el manguero.
Quinientos.
Quinientos cuernos de chivo podrían comprar los mangueros de Parácuaro para
armar a sus autodefensas con el monto de una sola extorsión a la que las
sometían los templarios. Doscientos cincuenta si pagaran el precio máximo de
esos fusiles nuevos traídos hasta México. Y ellos solo tendrán 100 autodefensas
de tiempo completo hasta que se pacificara la zona, aseguran.
—No
necesitamos armas de otros narcos…
Las
comprarán, dicen. Todos están de acuerdo. Los arroceros que tenían que pagar de
cuota 200 pesos por tonelada, 30mil pesos por cada sacada de 150 toneladas. Los
jitomateros que tenían que pagar dos pesos por kilo de su producto. Hasta los
que venden discos pirata, que tenían que venderlos a 25 pesos, porque los
criminales les pedían 15 pesos por unidad y ellos los compran a 5 pesos. El
alcohol, la cerveza, el ron, lo mismo: todos pagaban impuestos templarios.
Incluidos los materiales de construcción, que eran 50 por ciento más caros.
—Se
enfermaron de la mente, los cabrones. Todo querían…— dice el manguero, mientras
los demás escuchan.
Ya se van
todos. Ya nos vamos nosotros. Un campesino cierra la charla colectiva al
despedirse de mano. Se acomoda el sombrero campesino, lo alza tantito, se rasca
la cabeza, y dice:
—Mejor
perdía uno todo. ¿Cómo se iba a enfrentar uno a tantos?...
Así, así
dicen que vivían aquí bajo la ley templaria. Así dicen que ya no van a vivir.
Que por eso se levantaron. Que por eso prefieren comprar sus armas. Para que
los autodefensas, que son ellos mismos, dicen, cuiden a los demás.
—Pues si
usted quiere, sí, las autodefensas son nuestros guardaespaldas armados por
nosotros mismos, pero es que somos nosotros mismos los armados. Entienda. Y lo
único que yo quiero es sacar, vender mi producto libremente…
Ahí se
quedan en Parácuaro, con sus mangos, su arroz, su tamarindo, sus buganvilias.
Con sus autodefensas. Y sus armas por comprar para no pagar extorsiones ya.
Tierra Caliente, hoy…
Publicar un comentario