La detención de la francesa Cassez , fue un montaje de televisión de tv Azteca, sin embargo arroja datos que participo en el secuestro.


La seguridad Federal, por querer quedar bien apoyaron un montaje de televisión  mismo que permitió que la francesa Cassez quedara en libertad.
Podría ser culpable la frnacesa Cassez, no obstante queda libre por que la detuvieron un día antes de la filmacion del montaje.
Cassez arroja suficientes dudas sobre su participación en los secuestros por los que ha sido juzgada y sentenciada. Un repaso por la historia política de su caso muestra que ella es rehén de muchas fuerzas, entre otras, una policía con necesidad de legitimarse y dos presidentes con intereses en conflicto.

A principios de marzo de 2009, la historia de Florence Cassez ocupaba la atención de todos los medios de comunicación mexicanos. Un juez de apelación la acababa de sentenciar a 60 años. El gobierno francés negociaba la repatriación para que purgara su condena en casa y el presidente Nicolas Sarkozy estaba por llegar a México en visita oficial.

Como respuesta a las presiones del gobierno francés, las víctimas enviaron cartas a los periódicos donde relataban cosas terribles. En particular, Cristina Ríos Valladares, la mujer que se exilió después de que la policía la liberó junto con su hijo de 11 años del secuestro, escribió que ahora que escuchaba a Cassez reclamar justicia, también oía la voz de la mujer celosa e iracunda que entró furiosa al cuarto donde la vejaba Israel Vallarta, el novio de Cassez y supuesto líder de la banda. Cassez había gritado a Vallarta que si se volvía a meter con Cristina se desquitaría con ella.

“Florence narra el ‘calvario’ de la cárcel, pero desde el penal ve a su familia, hace llamadas telefónicas, concede entrevistas de prensa y no teme cada segundo por su vida”, escribió Ríos Valladares en relación con la campaña que rodeaba a la francesa. “No detallaré lo que es el verdadero infierno, es decir, el secuestro. Ni mi familia ni yo tenemos ánimo ni fuerzas para hacer una campaña mediática, diplomática y política para lograr que el gobierno francés y la prensa nacional e internacional escuchen la otra versión, es decir, la palabra de las víctimas”.

Luego llegó el presidente Sarkozy a México. Su visita fue un fracaso diplomático cuyo punto culminante fue la intervención en el Senado hablando de Cassez, después de que los representantes mexicanos le habían pedido explícitamente que no tocara el tema. La actitud retadora de Sarkozy acabó por unificar a la opinión pública mexicana alrededor de lo expresado por las víctimas de ese secuestro: Florence Cassez debía pagar por sus delitos en México. Cualquier otra solución significaba doblarse frente a un poder extranjero y demostrar una tremenda insensibilidad.

Una de las figuras que más me intrigaba en ese entonces era el abogado mexicano de Cassez, el penalista Agustín Acosta, a quien se le veía remar con mucho esfuerzo y sin éxito contra la opinión pública. Acosta me recibió a mediados de mayo en su oficina en la colonia Condesa, una casa blanca que ocupa una apacible esquina fuera del tráfico y la actividad diaria de los restaurantes de la zona.

Los vientos de la visita de Sarkozy se habían calmado, pero el 7 de mayo las autoridades detuvieron a otros integrantes de la banda a la que presuntamente pertenecía Florence Cassez. Días después, la policía presentó un video de uno de ellos, David Orozco alias el Géminis. Dijo que Cassez había llegado a la banda en 2004 y que ejercía una enorme influencia sobre Vallarta.

Acosta tenía documentos y videos dispersos en la mesa. Me los presentó con una velocidad abrumadora. Todos apuntaban hacia un escenario impensable: el proceso de Cassez estaba lleno de errores y ella podría ser inocente. Pregunté si podía conseguirme una entrevista con Cassez en la cárcel. Me dijo que eso era prácticamente imposible. Tenía ya una lista de periodistas que se lo habían solicitado, pero la defensa, es decir, él y el abogado francés, habían decidido que la mejor estrategia con respecto a los medios era que Florence se quedara callada.

La entrevista con Cassez la obtuve gracias a la intervención de Anne Vigna, una periodista francesa que estaba en el camino de escribir un libro sobre el asunto y mantenía un contacto frecuente con ella.

Por aquellos días, la situación de Cassez era la siguiente: Calderón había prometido llevar el caso a una comisión binacional que estudiaría la repatriación para que ella cumpliera su condena en Francia. La comisión dictaminaría el asunto en tres semanas, pero comenzaron a pasar los días y para mediados de junio todavía no había una resolución. Finalmente, el presidente Calderón en persona anunció que Cassez debería cumplir su condena en México. Faltaba una semana para las elecciones del 5 de julio. La embajada de Francia hizo saber su descontento.

Por otra parte, pedí a un joven periodista colombiano radicado en París que fuera a Dunkerque, la ciudad costera en la punta norte de Francia, casi frontera con Bélgica, a visitar a los padres de Florence para que hiciera un retrato de ellos y que tomara el pulso del apoyo local a Cassez. Al cabo de unas semanas, Ricardo Abdallah envió un reporte de la investigación. Entre las cosas que escribió había historias como esta que retaban la noción que en México se tiene del tema: a principios de 2005, en el mismo año que la policía detuvo a Florence, Bernard y Charlotte Cassez viajaron a México para conocer a Israel Vallarta, el hombre divorciado que era novio de su hija.

—Era un tipo normal —dijo Charlotte a Abdallah—, amable como siempre son los mexicanos.

—Muy amable —dijo Bernard—.  Nos llevó a pasear. Pasamos mucho tiempo con él. Dijo que hacía negocios con autos. No había por qué no creerle. Conocimos a sus padres, era gente normal.

Bernard contó que habían conocido el rancho Las Chinitas en la carretera vieja a Cuernavaca, el mismo sitio donde meses después entró la policía a liberar a Cristina Ríos, a su hijo Cristian y al joven Ezequiel Elizalde; la casa donde las autoridades encontraron armas y apresaron a la pareja de secuestradores. Bernard dijo que se habían quedado tres noches. A veces tomaban el desayuno en un restaurante en la carretera, al que iban caminando. La dueña del restaurante tenía las llaves para vigilar el rancho cuando Israel no estaba.

—De todas maneras —dijo Bernard— casi se puede ver el rancho desde la puerta del restaurante. Si algo extraño hubiera pasado, ella lo habría notado.

Pero nada fuera de lo común sucedió durante la estancia de los Cassez en México. Ellos subieron al avión de regreso a casa convencidos de que habría una boda en la familia.

El penal de Tepepan está por el rumbo de Xochimilco. Es una cárcel más bien pequeña. Ocupa la extensión de tres o cuatro cuadras. Llegué el día pactado, y después de pasar la seguridad, entré a la cárcel donde me estaba esperando una estafeta, una presa que trabaja como mensajera. Me condujo hasta el salón de visitas donde había una mesa blanca de plástico cubierta con un mantel de flores amarillas, a la entrada de un patio al descubierto. Junto a nosotros había otra mesa con una canasta verde que guardaba servilletas, café soluble en distintas presentaciones, azúcar, vasos desechables, cucharas y un rollo de papel de baño. La estafeta trajo una jarra con agua caliente a la mesa. Luego llegó Florence Cassez. Llevaba el pelo largo, ondulado y rojo. Tiene los ojos azules y la piel muy blanca, con pecas. Se conducía de manera muy erguida y formal.

Como tenía la intención de repasar en orden cronológico algunos acontecimientos de su vida, pregunté sobre la decisión de su hermano Sébastien de venir a vivir a México en 1997, cinco años antes que ella lo hiciera. Su corrección estalló como un globo. Hizo una mueca de desesperación e impaciencia. Dijo que eso lo preguntara a Sébastien.

—A mí me enfurece escuchar que tengo que cumplir una sentencia de 60 años —dijo—. Pienso que se me ha declarado la pena de muerte.

Pregunté qué pensaba hacer. A pesar de que en ese momento tenía varios abogados, ella no sabía qué seguía. Estaba muy molesta porque la estrategia se había centrado en el asunto de la repatriación, no sobre su inocencia. Además, le habían pedido que no hablara con nadie. ¿De qué había servido?

Una persona nos interrumpió. Dijo a Florence que le hablaban de la dirección del penal. Ella se fue y regresó cinco minutos después. Me dijo que no podía seguir con la entrevista. Pregunté qué pasaba y ella dijo que acababan de llegar dos personas del consulado. Me escoltó presurosa hacia la reja de salida y luego la vi meterse a un cuarto donde estaba el personal diplomático.

La mañana del 9 de diciembre de 2005, poco después de las seis y media, Pablo Reinah, un reportero de Televisa, irrumpió en el programa Primero Noticias de Carlos Loret de Mola para anunciar la transmisión en vivo de “un golpe contra la industria del secuestro”. Las imágenes mostraban a miembros de la Agencia Federal de Investigación (AFI) cargando sus armas y entrando en fila por la puerta de una propiedad hacia un amplio jardín. El reportero dijo que él se encontraba en la carretera México-Cuernavaca. Sabía que en la operación se estaban liberando a tres personas, entre ellas, una madre y su hijo menor de edad. Sabía también que el jefe de la banda era un hombre que está casado con una mujer de origen francés. La cámara mostró a los policías corriendo por el jardín y luego dirigiéndose a una cabaña. En el pasillo de la entrada estaba un hombre atado de manos y tirado en el piso, boca abajo. Luego alguien lo volteó y le levantó la cara. Era Israel Vallarta. La cámara mostraba también algunas armas tiradas en el suelo.

—Esta mujer que vemos tapada es una mujer de origen francés —dijo Reinah. La cámara mostró a una persona cubriéndose la cabeza con una sábana. Luego una mano jalaba la tela.
—¿Cuál es su nombre?
—Florence —dijo Cassez visiblemente asustada—. Yo no tengo nada que ver, no soy su esposa.
Reinah le preguntó si sabía que allí había tres personas secuestradas.
—No, no lo sabía.
—¿Cómo llegó?
—Era mi novio, me estaba dando chance de quedarme en la casa.

La cámara volteó y enfocó hacia Israel Vallarta, que ya se encontraba junto a Florence y estaba sostenido por un policía. Después de preguntar su nombre, Reinah le pidió que contara cómo se urdió el secuestro.
—Yo no urdí nada —dijo Vallarta—. A mí me ofrecieron dinero para prestar mi casa. Un tipo que se llama Salustio.
—Carlos, vamos a movernos un poco para que entren los agentes de la AFI, y ellos me están pidiendo que nos salgamos —dijo Reinah a la cámara.

En un punto, Reinah se acercó con Ezequiel Elizalde, un joven con la barba crecida y una venda en la cabeza. Ezequiel, fuera de foco, se quejó de los malos tratos recibidos por los secuestradores, como el golpe en la cabeza por el que llevaba la venda. Cuando le preguntaron cómo era un día típico de su cautiverio, dijo que era un constante terror psicológico.

—Doy gracias a la Policía Federal que me haya rescatado.

Cuando Reinah entrevistó a Cristina Ríos, cuya imagen también estaba fuera de foco, ella dijo que los secuestradores la trataban bien y que le daban de comer adecuadamente. Reinah quiso saber si ella podía identificar a sus captores. Cristina dijo que no. Siempre se presentaban encapuchados y hacían diferentes voces.

Después de interrogar a las víctimas, Reinah regresó con los presuntos secuestradores, que estaban afuera, metidos ya en una camioneta de la AFI. Parado frente a la ventana del vehículo le preguntó a Cassez si sabía que en el rancho estaban tres personas secuestradas.

—No lo sabía, lo hubiera denunciado. Lo juro.
—¿Qué hace usted en nuestro país?
—Estoy trabajando —Florence interrumpió para corregirse— estaba trabajando en el hotel Fiesta Americana.
—¿Qué hacia en el rancho?
—Nada más estaba de paso, mientras buscaba un departamento. Ya lo encontré antier. Me iba a ir de su vida para siempre —dijo refiriéndose a Israel Vallarta, que estaba sentado junto a ella.

La mayoría de los medios de comunicación tomaron nota del espectacular rescate. Durante los días siguientes, las víctimas abundaron en sus declaraciones. Cristina Ríos, en particular, comenzó a decir que sí identificaba a Israel Vallarta y a Florence Cassez. Una nota del periódico La Crónica publicada el 14 de diciembre causó además un gran revuelo, pues sugería que Florence Cassez planeaba los secuestros a partir de la lista de los huéspedes importantes del hotel Fiesta Americana Grand.

Yuli García, una reportera del programa Punto de partida que se transmite los domingos por la noche, vio la presentación de Israel y Florence desde su casa. Y le pareció que algo no checaba. “Tratándose de un secuestro —dijo—, el operativo era demasiado perfecto”. A su jefa, la periodista Denise Maerker, también le pareció que el asunto merecía una revisión más profunda. Maerker consiguió hablar con Cassez por medio de su abogado. Florence le dijo que la habían detenido un día antes, la habían mantenido en una camioneta durante todo este tiempo y que la madrugada del 9 la habían plantado en el rancho. El abogado Jorge Ochoa les dio un documento del expediente, un parte policial hecho por los agentes de la AFI que también contaba una historia distinta a la que había salido en la televisión. Los policías federales decían, por ejemplo, que el mismo Israel Vallarta fue quien, detenido en la carretera, se había regresado al rancho a abrir la puerta.

Yuli también consiguió el material original de la transmisión del rescate. Al revisarlo se encontró con todos los indicios del montaje, como conversaciones entre la policía y la gente de producción discutiendo la señal para comenzar a moverse.

Yuli pidió una entrevista con el procurador Daniel Cabeza de Vaca. Hablarían sobre secuestros. Pero los reporteros en realidad le mostraron una reproductora portátil donde enseñaron las escenas que comprometían toda la operación del 9 de diciembre. Yuli le preguntó directamente si aquello había sido un montaje. Después de negarlo repetidas veces, Cabeza de Vaca tuvo que aceptar.

Ese mismo día en la tarde, una persona de la oficina de comunicación de la Procuraduría habló con Yuli para tratar de convencerla de que si bien la operación había sido un montaje, eso no desacreditaba la investigación. Le ofrecieron entrevistas con Ezequiel y con el mismo director de la AFI, Genaro García Luna.

Yuli contó a sus jefes lo que había pasado. Maerker decidió quitar las escenas de la conversación con Cabeza de Vaca, pues esa entrevista había sido obtenida argumentando interés por un tema distinto al del montaje. Se dejó el resto del material como estaba e invitaron al estudio a García Luna.

Maerker comenzó la transmisión diciendo que la semana pasada habló con Florence Cassez y ella había dicho que era inocente y su arresto era parte de un montaje. Maerker, además, tenía en la mano el parte de la policía que relataba el arresto de una manera distinta. Quiso dejar claro que reconocía la excelente labor de la policía en la lucha contra el secuestro, pero preguntaba si la policía no estaba utilizando políticamente los resultados de sus investigaciones. García Luna, que estaba acompañado por Jorge Rosas, de la Unidad de Investigación y Secuestros de la Procuraduría General de la República (PGR), argumentó que no había contradicción entre el parte policial y lo que la gente había visto en la televisión. Con su característico estilo incisivo, Maerker parafraseó una y otra vez la pregunta a lo largo del programa. Enseñó el reportaje de Yuli y después de un intercambio de argumentos, a veces tenso, a veces torpe, preguntó a los policías si, en todo caso, estarían de acuerdo con que sería un error manipular los resultados y utilizarlos como propaganda. Los dos asintieron.

Entonces, Maerker se puso la mano en el oído.
—¿A quién tenemos? —preguntó al equipo de producción—. ¿Desde la casa de arraigo? Dígame, adelante, Florence Cassez.
—Adelante —dijo Cassez por el teléfono.
—¿Tiene algo que decir?
—Sí, que fui detenida el día 8 en la carretera, y me secuestraron en una camioneta. No fui arraigada el 9. Me detuvieron el 8 de diciembre a las 11 de la mañana.

Yuli García dijo que la llamada de Cassez a pocos minutos de terminar el programa no estaba planeada y provocó una enorme conmoción en el equipo. “Era muy raro que una persona acusada de secuestro tomara el teléfono y le dijera al director de la policía que era un mentiroso”, dijo Yuli.

Una semana después, la policía reconoció públicamente que aquello sí había sido un montaje hecho a petición de los medios de comunicación, pero que los resultados de esa investigación no se modificaban.

El reportero Pablo Reinah fue despedido de Televisa. Él envió una carta argumentando que sólo estaba haciendo su trabajo, y que el acuerdo de transmisión se había tomado en un nivel más alto. Televisión Azteca había reproducido igualmente el falso arresto.

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