La detención de la francesa Cassez , fue un montaje de televisión de tv Azteca, sin embargo arroja datos que participo en el secuestro.
https://noticias-ixtepec.blogspot.com/2013/01/la-detencion-de-la-francesa-cassez-fue.html
La seguridad Federal, por querer quedar bien apoyaron un montaje de televisión mismo que permitió que la francesa Cassez quedara en libertad.
Podría ser culpable la frnacesa Cassez, no obstante queda libre por que la detuvieron un día antes de la filmacion del montaje.
Cassez
arroja suficientes dudas sobre su participación en los secuestros por los que
ha sido juzgada y sentenciada. Un repaso por la historia política de su caso
muestra que ella es rehén de muchas fuerzas, entre otras, una policía con
necesidad de legitimarse y dos presidentes con intereses en conflicto.
A principios
de marzo de 2009, la historia de Florence Cassez ocupaba la atención de todos
los medios de comunicación mexicanos. Un juez de apelación la acababa de
sentenciar a 60 años. El gobierno francés negociaba la repatriación para que
purgara su condena en casa y el presidente Nicolas Sarkozy estaba por llegar a
México en visita oficial.
Como
respuesta a las presiones del gobierno francés, las víctimas enviaron cartas a
los periódicos donde relataban cosas terribles. En particular, Cristina Ríos
Valladares, la mujer que se exilió después de que la policía la liberó junto
con su hijo de 11 años del secuestro, escribió que ahora que escuchaba a Cassez
reclamar justicia, también oía la voz de la mujer celosa e iracunda que entró
furiosa al cuarto donde la vejaba Israel Vallarta, el novio de Cassez y
supuesto líder de la banda. Cassez había gritado a Vallarta que si se volvía a
meter con Cristina se desquitaría con ella.
“Florence
narra el ‘calvario’ de la cárcel, pero desde el penal ve a su familia, hace
llamadas telefónicas, concede entrevistas de prensa y no teme cada segundo por
su vida”, escribió Ríos Valladares en relación con la campaña que rodeaba a la
francesa. “No detallaré lo que es el verdadero infierno, es decir, el
secuestro. Ni mi familia ni yo tenemos ánimo ni fuerzas para hacer una campaña
mediática, diplomática y política para lograr que el gobierno francés y la
prensa nacional e internacional escuchen la otra versión, es decir, la palabra
de las víctimas”.
Luego llegó
el presidente Sarkozy a México. Su visita fue un fracaso diplomático cuyo punto
culminante fue la intervención en el Senado hablando de Cassez, después de que
los representantes mexicanos le habían pedido explícitamente que no tocara el
tema. La actitud retadora de Sarkozy acabó por unificar a la opinión pública
mexicana alrededor de lo expresado por las víctimas de ese secuestro: Florence
Cassez debía pagar por sus delitos en México. Cualquier otra solución
significaba doblarse frente a un poder extranjero y demostrar una tremenda
insensibilidad.
Una de las
figuras que más me intrigaba en ese entonces era el abogado mexicano de Cassez,
el penalista Agustín Acosta, a quien se le veía remar con mucho esfuerzo y sin
éxito contra la opinión pública. Acosta me recibió a mediados de mayo en su
oficina en la colonia Condesa, una casa blanca que ocupa una apacible esquina
fuera del tráfico y la actividad diaria de los restaurantes de la zona.
Los vientos
de la visita de Sarkozy se habían calmado, pero el 7 de mayo las autoridades
detuvieron a otros integrantes de la banda a la que presuntamente pertenecía
Florence Cassez. Días después, la policía presentó un video de uno de ellos,
David Orozco alias el Géminis. Dijo que Cassez había llegado a la banda en 2004
y que ejercía una enorme influencia sobre Vallarta.
Acosta tenía
documentos y videos dispersos en la mesa. Me los presentó con una velocidad
abrumadora. Todos apuntaban hacia un escenario impensable: el proceso de Cassez
estaba lleno de errores y ella podría ser inocente. Pregunté si podía
conseguirme una entrevista con Cassez en la cárcel. Me dijo que eso era
prácticamente imposible. Tenía ya una lista de periodistas que se lo habían
solicitado, pero la defensa, es decir, él y el abogado francés, habían decidido
que la mejor estrategia con respecto a los medios era que Florence se quedara
callada.
La
entrevista con Cassez la obtuve gracias a la intervención de Anne Vigna, una
periodista francesa que estaba en el camino de escribir un libro sobre el
asunto y mantenía un contacto frecuente con ella.
Por aquellos
días, la situación de Cassez era la siguiente: Calderón había prometido llevar
el caso a una comisión binacional que estudiaría la repatriación para que ella
cumpliera su condena en Francia. La comisión dictaminaría el asunto en tres
semanas, pero comenzaron a pasar los días y para mediados de junio todavía no
había una resolución. Finalmente, el presidente Calderón en persona anunció que
Cassez debería cumplir su condena en México. Faltaba una semana para las
elecciones del 5 de julio. La embajada de Francia hizo saber su descontento.
Por otra
parte, pedí a un joven periodista colombiano radicado en París que fuera a
Dunkerque, la ciudad costera en la punta norte de Francia, casi frontera con
Bélgica, a visitar a los padres de Florence para que hiciera un retrato de
ellos y que tomara el pulso del apoyo local a Cassez. Al cabo de unas semanas,
Ricardo Abdallah envió un reporte de la investigación. Entre las cosas que escribió
había historias como esta que retaban la noción que en México se tiene del
tema: a principios de 2005, en el mismo año que la policía detuvo a Florence,
Bernard y Charlotte Cassez viajaron a México para conocer a Israel Vallarta, el
hombre divorciado que era novio de su hija.
—Era un tipo
normal —dijo Charlotte a Abdallah—, amable como siempre son los mexicanos.
—Muy amable
—dijo Bernard—. Nos llevó a pasear.
Pasamos mucho tiempo con él. Dijo que hacía negocios con autos. No había por
qué no creerle. Conocimos a sus padres, era gente normal.
Bernard
contó que habían conocido el rancho Las Chinitas en la carretera vieja a
Cuernavaca, el mismo sitio donde meses después entró la policía a liberar a
Cristina Ríos, a su hijo Cristian y al joven Ezequiel Elizalde; la casa donde
las autoridades encontraron armas y apresaron a la pareja de secuestradores.
Bernard dijo que se habían quedado tres noches. A veces tomaban el desayuno en
un restaurante en la carretera, al que iban caminando. La dueña del restaurante
tenía las llaves para vigilar el rancho cuando Israel no estaba.
—De todas
maneras —dijo Bernard— casi se puede ver el rancho desde la puerta del
restaurante. Si algo extraño hubiera pasado, ella lo habría notado.
Pero nada
fuera de lo común sucedió durante la estancia de los Cassez en México. Ellos
subieron al avión de regreso a casa convencidos de que habría una boda en la
familia.
El penal de
Tepepan está por el rumbo de Xochimilco. Es una cárcel más bien pequeña. Ocupa
la extensión de tres o cuatro cuadras. Llegué el día pactado, y después de
pasar la seguridad, entré a la cárcel donde me estaba esperando una estafeta,
una presa que trabaja como mensajera. Me condujo hasta el salón de visitas
donde había una mesa blanca de plástico cubierta con un mantel de flores
amarillas, a la entrada de un patio al descubierto. Junto a nosotros había otra
mesa con una canasta verde que guardaba servilletas, café soluble en distintas
presentaciones, azúcar, vasos desechables, cucharas y un rollo de papel de
baño. La estafeta trajo una jarra con agua caliente a la mesa. Luego llegó
Florence Cassez. Llevaba el pelo largo, ondulado y rojo. Tiene los ojos azules
y la piel muy blanca, con pecas. Se conducía de manera muy erguida y formal.
Como tenía
la intención de repasar en orden cronológico algunos acontecimientos de su
vida, pregunté sobre la decisión de su hermano Sébastien de venir a vivir a
México en 1997, cinco años antes que ella lo hiciera. Su corrección estalló
como un globo. Hizo una mueca de desesperación e impaciencia. Dijo que eso lo
preguntara a Sébastien.
—A mí me
enfurece escuchar que tengo que cumplir una sentencia de 60 años —dijo—. Pienso
que se me ha declarado la pena de muerte.
Pregunté qué
pensaba hacer. A pesar de que en ese momento tenía varios abogados, ella no
sabía qué seguía. Estaba muy molesta porque la estrategia se había centrado en
el asunto de la repatriación, no sobre su inocencia. Además, le habían pedido
que no hablara con nadie. ¿De qué había servido?
Una persona
nos interrumpió. Dijo a Florence que le hablaban de la dirección del penal.
Ella se fue y regresó cinco minutos después. Me dijo que no podía seguir con la
entrevista. Pregunté qué pasaba y ella dijo que acababan de llegar dos personas
del consulado. Me escoltó presurosa hacia la reja de salida y luego la vi
meterse a un cuarto donde estaba el personal diplomático.
La mañana
del 9 de diciembre de 2005, poco después de las seis y media, Pablo Reinah, un
reportero de Televisa, irrumpió en el programa Primero Noticias de Carlos Loret
de Mola para anunciar la transmisión en vivo de “un golpe contra la industria
del secuestro”. Las imágenes mostraban a miembros de la Agencia Federal de
Investigación (AFI) cargando sus armas y entrando en fila por la puerta de una
propiedad hacia un amplio jardín. El reportero dijo que él se encontraba en la
carretera México-Cuernavaca. Sabía que en la operación se estaban liberando a
tres personas, entre ellas, una madre y su hijo menor de edad. Sabía también
que el jefe de la banda era un hombre que está casado con una mujer de origen
francés. La cámara mostró a los policías corriendo por el jardín y luego
dirigiéndose a una cabaña. En el pasillo de la entrada estaba un hombre atado
de manos y tirado en el piso, boca abajo. Luego alguien lo volteó y le levantó
la cara. Era Israel Vallarta. La cámara mostraba también algunas armas tiradas
en el suelo.
—Esta mujer
que vemos tapada es una mujer de origen francés —dijo Reinah. La cámara mostró
a una persona cubriéndose la cabeza con una sábana. Luego una mano jalaba la
tela.
—¿Cuál es su
nombre?
—Florence
—dijo Cassez visiblemente asustada—. Yo no tengo nada que ver, no soy su
esposa.
Reinah le
preguntó si sabía que allí había tres personas secuestradas.
—No, no lo
sabía.
—¿Cómo
llegó?
—Era mi
novio, me estaba dando chance de quedarme en la casa.
La cámara
volteó y enfocó hacia Israel Vallarta, que ya se encontraba junto a Florence y
estaba sostenido por un policía. Después de preguntar su nombre, Reinah le
pidió que contara cómo se urdió el secuestro.
—Yo no urdí
nada —dijo Vallarta—. A mí me ofrecieron dinero para prestar mi casa. Un tipo
que se llama Salustio.
—Carlos,
vamos a movernos un poco para que entren los agentes de la AFI, y ellos me
están pidiendo que nos salgamos —dijo Reinah a la cámara.
En un punto,
Reinah se acercó con Ezequiel Elizalde, un joven con la barba crecida y una
venda en la cabeza. Ezequiel, fuera de foco, se quejó de los malos tratos
recibidos por los secuestradores, como el golpe en la cabeza por el que llevaba
la venda. Cuando le preguntaron cómo era un día típico de su cautiverio, dijo
que era un constante terror psicológico.
—Doy gracias
a la Policía Federal que me haya rescatado.
Cuando
Reinah entrevistó a Cristina Ríos, cuya imagen también estaba fuera de foco,
ella dijo que los secuestradores la trataban bien y que le daban de comer
adecuadamente. Reinah quiso saber si ella podía identificar a sus captores.
Cristina dijo que no. Siempre se presentaban encapuchados y hacían diferentes
voces.
Después de
interrogar a las víctimas, Reinah regresó con los presuntos secuestradores, que
estaban afuera, metidos ya en una camioneta de la AFI. Parado frente a la
ventana del vehículo le preguntó a Cassez si sabía que en el rancho estaban
tres personas secuestradas.
—No lo
sabía, lo hubiera denunciado. Lo juro.
—¿Qué hace
usted en nuestro país?
—Estoy
trabajando —Florence interrumpió para corregirse— estaba trabajando en el hotel
Fiesta Americana.
—¿Qué hacia
en el rancho?
—Nada más
estaba de paso, mientras buscaba un departamento. Ya lo encontré antier. Me iba
a ir de su vida para siempre —dijo refiriéndose a Israel Vallarta, que estaba
sentado junto a ella.
La mayoría
de los medios de comunicación tomaron nota del espectacular rescate. Durante
los días siguientes, las víctimas abundaron en sus declaraciones. Cristina
Ríos, en particular, comenzó a decir que sí identificaba a Israel Vallarta y a
Florence Cassez. Una nota del periódico La Crónica publicada el 14 de diciembre
causó además un gran revuelo, pues sugería que Florence Cassez planeaba los
secuestros a partir de la lista de los huéspedes importantes del hotel Fiesta
Americana Grand.
Yuli García,
una reportera del programa Punto de partida que se transmite los domingos por
la noche, vio la presentación de Israel y Florence desde su casa. Y le pareció
que algo no checaba. “Tratándose de un secuestro —dijo—, el operativo era
demasiado perfecto”. A su jefa, la periodista Denise Maerker, también le
pareció que el asunto merecía una revisión más profunda. Maerker consiguió
hablar con Cassez por medio de su abogado. Florence le dijo que la habían
detenido un día antes, la habían mantenido en una camioneta durante todo este
tiempo y que la madrugada del 9 la habían plantado en el rancho. El abogado
Jorge Ochoa les dio un documento del expediente, un parte policial hecho por
los agentes de la AFI que también contaba una historia distinta a la que había
salido en la televisión. Los policías federales decían, por ejemplo, que el
mismo Israel Vallarta fue quien, detenido en la carretera, se había regresado
al rancho a abrir la puerta.
Yuli también
consiguió el material original de la transmisión del rescate. Al revisarlo se
encontró con todos los indicios del montaje, como conversaciones entre la
policía y la gente de producción discutiendo la señal para comenzar a moverse.
Yuli pidió
una entrevista con el procurador Daniel Cabeza de Vaca. Hablarían sobre
secuestros. Pero los reporteros en realidad le mostraron una reproductora
portátil donde enseñaron las escenas que comprometían toda la operación del 9
de diciembre. Yuli le preguntó directamente si aquello había sido un montaje.
Después de negarlo repetidas veces, Cabeza de Vaca tuvo que aceptar.
Ese mismo
día en la tarde, una persona de la oficina de comunicación de la Procuraduría
habló con Yuli para tratar de convencerla de que si bien la operación había
sido un montaje, eso no desacreditaba la investigación. Le ofrecieron
entrevistas con Ezequiel y con el mismo director de la AFI, Genaro García Luna.
Yuli contó a
sus jefes lo que había pasado. Maerker decidió quitar las escenas de la
conversación con Cabeza de Vaca, pues esa entrevista había sido obtenida
argumentando interés por un tema distinto al del montaje. Se dejó el resto del
material como estaba e invitaron al estudio a García Luna.
Maerker
comenzó la transmisión diciendo que la semana pasada habló con Florence Cassez
y ella había dicho que era inocente y su arresto era parte de un montaje.
Maerker, además, tenía en la mano el parte de la policía que relataba el
arresto de una manera distinta. Quiso dejar claro que reconocía la excelente
labor de la policía en la lucha contra el secuestro, pero preguntaba si la
policía no estaba utilizando políticamente los resultados de sus
investigaciones. García Luna, que estaba acompañado por Jorge Rosas, de la
Unidad de Investigación y Secuestros de la Procuraduría General de la República
(PGR), argumentó que no había contradicción entre el parte policial y lo que la
gente había visto en la televisión. Con su característico estilo incisivo,
Maerker parafraseó una y otra vez la pregunta a lo largo del programa. Enseñó
el reportaje de Yuli y después de un intercambio de argumentos, a veces tenso,
a veces torpe, preguntó a los policías si, en todo caso, estarían de acuerdo
con que sería un error manipular los resultados y utilizarlos como propaganda.
Los dos asintieron.
Entonces,
Maerker se puso la mano en el oído.
—¿A quién
tenemos? —preguntó al equipo de producción—. ¿Desde la casa de arraigo? Dígame,
adelante, Florence Cassez.
—Adelante
—dijo Cassez por el teléfono.
—¿Tiene algo
que decir?
—Sí, que fui
detenida el día 8 en la carretera, y me secuestraron en una camioneta. No fui
arraigada el 9. Me detuvieron el 8 de diciembre a las 11 de la mañana.
Yuli García
dijo que la llamada de Cassez a pocos minutos de terminar el programa no estaba
planeada y provocó una enorme conmoción en el equipo. “Era muy raro que una
persona acusada de secuestro tomara el teléfono y le dijera al director de la
policía que era un mentiroso”, dijo Yuli.
Una semana
después, la policía reconoció públicamente que aquello sí había sido un montaje
hecho a petición de los medios de comunicación, pero que los resultados de esa
investigación no se modificaban.
El reportero
Pablo Reinah fue despedido de Televisa. Él envió una carta argumentando que
sólo estaba haciendo su trabajo, y que el acuerdo de transmisión se había
tomado en un nivel más alto. Televisión Azteca había reproducido igualmente el
falso arresto.
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